Charles Fourier – Detalles Distributivos sobre el personal de las Series Apasionadas y Mecanismo Apasionado de la Gastronomía Combinada


Detalles Distributivos sobre el personal de las Series Apasionadas

Damos el nombre de grupo a una asamblea cualquiera, incluso a
una aglomeración de curiosos reunidos por aburrimiento, sin pasión y
sin objeto; cabezas vacías, individuos ocupados en matar el tiempo, en
aguardar noticias. En la teoría de las pasiones, se entiende por grupo
una masa ligada entre si por identidad de gusto para el ejercicio de una
actividad. Tres hombres van a cenar juntos: les sirven una sopa que les
gusta a dos y desagrada al tercero; en este momento no forman un
grupo, porque son discordantes en cuanto a la actividad que los ocupa.
No existe entre ellos identidad de gusto apasionado por la sopa servida.
Los dos a quienes agrada el plato forman un grupo falso. Para ser
justo y susceptible de equilibrio pasional, un grupo debe elevarse a tres
por lo menos, estar dispuesto como la máquina llamada balanza, que se
compone de tres fuerzas, la media de las cuales mantiene el equilibrio
entre las dos extremas. En suma, no existe grupo con menos de tres
personas homogéneas en gusto sobre la función ejercida.
Se diría: “Estos tres hombre, aunque discordantes sobre una
trivialidad que es la sopa, están de acuerdo sobre el objeto esencial de
la reunión, sobre la amistad; son íntimos.”
En este caso, el grupo es defectuoso, porque es simple, está reducido a un vínculo del alma. Para elevarlo al compuesto, hay que
agregar un vínculo sensual, una sopa que les guste a los tres.
“Bah! Si no están de acuerdo en cuanto a la sopa, lo estarán sobre
otros manjares. Por lo demás, este grupo tiene realmente dos vínculos;
además del vìnculo de amistad, estos tres hombres tienen el de la
ambición, de liga cabalística; se reúnen a cenar para concertar una
intriga política: he aquí, pues, el doble vínculo compuesto que se nos
exige.”
No es éste sino un vínculo compuesto bastardo, formulado por dos
vínculos del alma; el compuesto puro exige una mezcla de placeres del
alma y de los sentidos, debe estar exento de disidencia: ahora bien, aquí
la comida comienza por una disidencia sobre la sopa, y el grupo está
falseado a pesar del doble vínculo.
Sería mucho peor si pasáramos al pan y al vino. Los comensales A,
B, C tendrán en cuanto al pan unos gustos muy opuestos, una
divergencia absoluta; por ejemplo, sobre el grado de sal: A quiere el pan
muy salado, B lo prefiere semisalado, C lo pide poco salado. Sin
embargo, no les sirven más que una clase de pan, según el uso
civilizado. Se necesitarían por lo menos nueve clases; a saber: tres
grados en cuanto a salazón, tres en cuanto a la levadura, tres en cuanto a
cocción; y todavía sería preciso que estas nueve variedades de
preparación se diferenciaran en tres clases de harinas; una harina
acidulada, cultivada en terreno pedregoso, una harina media, y una
grasa, como la sémola de Chartes. En total, veintisiete clases de pan
para dar a un grupo de tres hombres una comida armónica, un servicio
concordante con las pasiones de la atracción. Se debe establecer
semejante escala de variedades en cuanto al vino, la sopa, y la mayoría
de los alimentos que figuran en el festín.
“¡Ay! Si se necesitan tantos refinamientos en vuestro nuevo
mundo industrial, para dar una cena a tres personas, jamás se los
podrá contentar, y todavía menos se satisfará a los ochocientos
millones de habitantes que amueblan el globo.”
Error: la teoría de las Series apasionadas proporciona el medio de
satisfacer, en detalle, todas esas fantasías, y cien mil otras que creará el
régimen societario. Por eso he dicho que un monarca civilizado se
considerará mucho menos dichoso que el menor de los armonianos,
pueblos societarios. Un niño de siete años, criado en la Armonía, se
burlaría de nuestros sibaritas actuales; sabría demostrarles que a cada
minuto cometen faltas groseras contra el refinamiento de los placeres sensuales y afectuosos. Sin esta nueva ciencia de desarrollo y
refinamiento de las pasiones no se lograría formar series bien
metódicas, aptas para cumplir las tres condiciones ya mencionadas.
Y como las Series apasionadas no se componen más que de grupos,
es preciso, ante todo, aprender a formar los grupos.
“¡Ah! ¡Ah! ¡Los grupos! Tema curioso éste de los grupos. ¡Debe ser
divertido eso de los grupos!”
Así razonan los ingeniosos cuando se habla de grupos: se requiere
ante todo, aguantar de ellos una andanada de equívocos insulsos; pero
que el tema sea o no curioso, lo cierto es que no se conoce nada de los
grupos, y que ni siquiera se sabe formar un grupo regular de tres
personas y menos todavía de treinta.
Sin embargo, tenemos numerosos tratados acerca del estudio del
hombre: ¿qué nociones pueden darnos sobre este tema, si descuidan la
parte elemental, como es el análisis de los grupos? Todas nuestras
relaciones no tienden sino a formar unos grupos, y éstos no han sido
jamás objeto de ningún estudio.
Los civilizados, con el instinto que tienen de lo falso, e inclinados
como lo están a preferir siempre lo falso a lo verdadero, han elegido
igualmente como pivote de su sistema social un grupo esencialmente
falso, la pareja conyugal, grupo falso por su número limitado a dos, falso
por la ausencia de libertad, y falso por las divergencias o disidencias de
gustos, que surgen desde el primer día sobre los gastos, los alimentos,
las relaciones, y sobre cien detalles menudos, como el grado de calor de
las habitaciones. Ahora bien, si no se sabe armonizar los grupos
primordiales, de dos o tres personas, menos todavía se sabrá armonizar
al conjunto.

Mecanismo Apasionado
de la Gastronomía Combinada

 

 

Son pocos los goces materiales que les anuncio, pues no basta con
que el más pobre de ustedes tenga una mesa mejor servida y mejor
rociada que la del más opulento de los reyes; ese bienestar, por real que
lo sea, no les aseguraría todavía más que la mitad de los placeres de la
mesa; si la buena comida es su base, una condición no menos esencial es
la amalgama juiciosa de los comensales, el arte de variar y surtir las
compañías, de hacerlas cada día mas interesantes con encuentros
imprevistos y deliciosos, y de asegurar incluso a los más pobres los
placeres del alma, tan incompatibles con sus tristes hábitos de la vida
conyugal y doméstica.
En este punto, su civilización resulta completamente ridícula; sus
costosas reuniones, sus banquetes más celebres están tan mal
combinados, tan extrañamente compuestos, que todos perecerían de
aburrimiento si no hubiese el recurso del festín, que por ello se
convierte en un placer de patanes o gente grosera, y quizás aún menos;
pues los patanes son joviales y retozones en sus tabernas; en ellas
encuentran a la vez los placeres del espíritu y de los sentidos, mientras
que en sus salones se bosteza durante la hora mortal en la que se espera
la cena. Y esa cena, ¿no se paga muy cara por el aburrimiento de tener
que mantener discusiones letárgicas sobre la lluvia y el buen tiempo,
sobre la querida salud de los parientes y amigos, los progresos de los
hijos tan dignos de sus virtuosos padres, el buen carácter de las
señoritas, el buen corazón de las tías y los tiernos sentimientos de la
tierna naturaleza?: qué diluvio de insulseces y de necedades en estas reuniones civilizadas, preparadas, sin embargo, costosamente y elevadas
por un festín dispendioso; festín tan molesto para los invitados como
para la señora de la casa que tiene el apuro de dirigirlo y prepararlo.
Cómo es posible que los civilizados se atrevan a pretender cierta fama
gastronómica, cuando son una absoluta nulidad en el arte de formar
reuniones excitantes y variadas, lo que, por otra parte, es la otra mitad
del placer de la mesa.
Parece ser que sobre este punto los reyes todavía están más
desamparados que el populacho; reducidos a comer en familia, aislados
como ermitaños y serios como mochuelos durante toda la comida, nos
demuestran que, en la mesa como en otras cuestiones, los goces del más
poderoso de los reyes son muy inferiores a los que hallará en el más
pobre de los súbditos en el orden combinado. Incluso ese soberano debe
estimarse feliz si en el aislamiento y la tristeza que presiden sus
comidas, puede desechar la sospecha de envenenamiento que le
amenaza sin cesar.
¡Oh, vanidad de los goces de la civilización!