Constituir en fuerza la desolación del desierto

Al investir a los jóvenes y a las mujeres con una absurda plusvalía simbólica, al hacer de ellos los exclusivos portadores de los dos nuevos saberes esotéricos propios de la nueva organización social–el del consumo y el de la seducción–, el espectáculo sin duda ha liberado a los esclavos del pasado, pero los ha liberado EN CALIDAD DE ESCLAVOS

Lo que hay que oponer al imperio es la huelga humana.

Que nunca ataca las relaciones de producción sin atacar al mismo tiempo las relaciones afectivas que las sostienen.

Que socava la economía libidinal inconfesable,

que restituye el elemento ético –el cómo– reprimido en cada contacto entre los cuerpos neutralizados

Constituir en fuerza la desolación del desierto se ha convertido en una necesidad que cada vez nos golpea más fuerte a la cara.

Ahí donde se había creído que no había nada qué añorar, donde el desierto de la situación había instaurado sus columnas e infraestructuras ahora se hace palpable la incomodidad y la desconfianza que siempre habían reinado con sus mejores trajes, la misma precariedad de relaciones que nos ha dejado el espectáculo de la separación en todas sus formas.

Las distancias entre los cuerpos son espaciales pero sobre todo éticas,

distancias que hasta ahora eran de cómoda desatención

Incluso el arte no ha logrado, ni con todo su aparato de simulación darle lugar a los afectos y a los cuerpos, mucho menos a las historias y las formas de vida; sólo ha podido profundizar cada vez más sus raíces en la economía. Ha servido de vehículo para llevar sus conveniencias a las regiones más íntimas y gestionar cualquier posibilidad de fuga en forma de las inmundicias más penosas y propias de cualquier politiquillo en campaña.

Lo sensible como una categoría de la economía es la práctica del artista como moneda viva

 

Hablamos ahora entre las amigas y los amigos, en el medio del desastre de unas vidas que siempre se habían dado por sentadas y se dice que no puede seguir más, que hay un terreno que hasta ahora nos había quedado arrebatado por el aparato de zonificación existencial, que nos enseñaba que mi vida era sólo mía y los sentimientos y percepciones, así como cada trozo de experiencia sólo podían ser subjetivos e individuales. Aprendimos a vivir de esa manera, incluso algunos han encontrado su fortuna en capitalizar y distribuir esas intensidades en museos y galerías de todo tipo. Todo eso hasta que nos hacemos daño cada vez que queremos encontrarnos.

Todavía no existe entre nosotros el valor de vernos a la cara y reconocer que nuestra presencia en cualquier lugar no está asegurada, ni siquiera con las miles de prótesis que se nos facilitan. La tela de lo sensible se desgarra en cada paso que damos sin prestar atención a cada situación, a sus singularidades y posibilidades. No nos sorprende que cuando la fatalidad que producen les toca de frente, esos que siempre se movieron como comerciantes, policías y burócratas, haciéndose los listillos en su burbuja de exotismo aburguesado, no les quede más que sumirse en su desesperación; esos que siempre habían ignorado cualquier sentido de justicia o solidaridad, apelan ahora a la justicia y a la solidaridad como si de ello dependiera su vida, cuando habían dejado su vida hace mucho tiempo en la “grandeza” de su sueldo o su legitimación.


 Serán retomados por la civilización


A los que hemos estado y seguiremos estando huérfanos nos quedará el recuerdo constante de que nos reconocemos entre nosotros, de que no hay lugares dados para nuestros deseos, sólo la certeza de que podemos y necesitamos disponernos para abrir lugares inéditos e impensados y que quizá éstos no durarán, por suerte para nosotros; simplemente durar nunca ha sido nuestro proyecto, seguiremos encontrando encantador el movimiento por el cual nos sustraemos de la lógica que intenta perpetuar nuestra miseria.

Cada vez ahora, se da para nosotros un volver a empezar que puede tener la forma de una discusión o un abrazo, una sonrisa o una casa que se abre, las visitas que nos hacemos o la elaboración de una nueva estrategia, siempre que sabemos que nuestras vidas están en juego en cada momento.

                                      Cada gesto encierra a su vez todos los gestos