MONÓLOGO DEL VIRUS

Publicado  en Lundimatin

Queridos humanos, callen todas sus ridículas exhortaciones a la guerra. Aparten todos los deseos de venganza que dirigen contra mí. Extingue el halo de terror con el cual rodeas mi nombre. Nosotros, los virus, desde el fondo bacteriano del mundo, somos el verdadero continuum de la vida sobre la tierra. Sin nosotros, nadie habría visto jamás la luz del día, tampoco la primera célula.
Somos sus ancestros, del mismo modo que lo son piedras y algas, más aún que los propios simios. Estamos en todas partes donde ustedes se encuentran, también allí donde ni siquiera llegan. Y peor si no perciben en el universo más que aquello que está hecho a su imagen y semejanza. Pero, sobre todo, dejen de decir que soy yo quien los mata. No están muriendo por mi acción sobre su esfera, sino por la ausencia de cuidado de sus semejantes. Si no hubieran sido tan rapaces entre ustedes como lo han sido con todo lo que vive sobre este planeta, tendrían suficientes camas, enfermeras y respiradores para sobrevivir a los estragos que yo provoco en sus pulmones. Si no almacenaran a sus ancianos en los morideros y a su gente sana en madrigueras de hormigón armado, no estarían así. Si no hubieran cambiado toda la extensión, antes exuberante, caótica e infinitamente poblada del mundo —o más bien, de los mundos—, en un vasto desierto de monocultivo de lo Mismo; yo no habría podido lanzarme a la conquista planetaria de sus gargantas. Si no se hubieran vuelto casi todos, de un extremo al otro del último siglo, redundantes copias de una sola e insostenible forma de vida, no se tendrían que estar preparando para morir como moscas abandonadas en el agua de su propia civilización edulcorada. Si no hubieran transformado sus espacios tan vacíos, tan transparentes, tan abstractos, crean con seguridad que yo no me desplazaría ahora con la velocidad de una aeronave. Yo no vengo sino a ejecutar la sentencia que han firmado desde hace tiempo contra ustedes mismos. Perdónenme, pero son ustedes, que yo sepa, quienes han inventado el término «Antropoceno». ustedes se han adjudicado todo el honor del desastre y ahora que éste se desata es demasiado tarde para renunciar a ello.
Las más honestas de entre ustedes lo saben bien: yo no tengo otro cómplice que su organización social, su estúpida fijación con «la gran escala» y la economía, su fanatismo por el sistema. Solamente los sistemas son «vulnerables». El resto vive y muere. No hay algo así como «vulnerabilidad» más que para aquello que ya apunta al control, a su extensión y a su perfeccionamiento. Mirarme bien: no soy más que el reverso de la Muerte imperante.
Dejar entonces de insultarme, de acusarme, de perseguirme; de paralizarse ante mí. Todo eso es infantil. Les propongo un cambio de perspectiva: hay una inteligencia inmanente a la vida. No hay ninguna necesidad de ser un sujeto para disponer de una memoria o de una estrategia. Ninguna necesidad de ser soberano para decidir. Bacterias y virus también pueden ocasionar la lluvia y traer el buen tiempo. Encuentren en mí a su salvador más que a su sepulturero. Son libres de no creerme, pero he venido a detener la máquina cuyo freno de emergencia son incapaces de encontrar. He venido a suspender el dispositivo que los mantiene como rehenes. He venido a manifestar la aberración de la «normalidad». «Delegar nuestra alimentación, nuestra protección, nuestra capacidad de cuidar nuestro entorno social a los otros era una locura…». «No hay límite de presupuesto, la salud no tiene precio»: ¡Vean cómo hago trabar la lengua y el espíritu de sus gobernantes! ¡Vean cómo les hago mostrarse en su real condición de miserables y arrogantes mercachifles con todo esto! ¡Vean cómo se delatan de improviso superfluos, o mejor, nocivos! Ustedes no son para ellos más que los soportes de la reproducción de su sistema, incluso menos que esclavos. Hasta al plancton se le trata mejor.
Basta bien, sin embargo, de abrumarlos con reproches, de incriminar sus insuficiencias. Acusarlos de negligencia es todavía poner en ellos más de lo que merecen. Pregúntense más bien cómo han podido encontrar tan confortable dejarse gobernar. Ensalzar los méritos de la opción china contra la opción británica, la solución imperial-legista contra el método darwinista-liberal, es no haber comprendido nada tanto de la una como de la otra, del común horror de ambas. Desde Quesnay, los «liberales» siempre han envidiado al imperio chino y así continúan. Los dos modelos son hermanos siameses. Que uno se confine en nombre de su interés y el otro en el de «la sociedad» viene siempre a aplastar la única conducta no nihilista: ocuparse del cuidado de sí, de aquellos a quienes se ama y de lo que amamos en aquellos que no conocemos. No dejen que quienes les han llevado al abismo pretendan sacarlos de él: ellos no harán sino preparar un infierno más perfeccionado, una tumba más profunda todavía. El día en que puedan, sin dudarlo, harán patrullar al ejército por el Más Allá.
Estén agradecidos conmigo. Sin mí, ¿cuánto tiempo todavía habrían tenido que pasar como necesarias todas esas cosas incuestionables que, de repente, se han suspendido por decreto? La globalización, la competencia, el tráfico aéreo, los límites presupuestarios, las elecciones, el espectáculo de las competiciones deportivas, Disneyland, los gimnasios, la mayor parte de los comercios, el Parlamento, la reclusión escolar, las reuniones masivas, los empleos burocráticos, toda esa sociabilidad ebria que no es más que el reverso de la soledad angustiosa de las mónadas metropolitanas: Todo era innecesario una vez que se ha puesto de manifiesto el estado de necesidad. Agradecerme las dosis de verdad que probarán durante las semanas que vienen: empezarán por fin a habitar su propia vida, sin las mil escapatorias que, bien que mal, les hacen soportar lo insoportable. Sin haberse dado cuenta, nunca se habían mudado a su propia existencia. Vivían entre las cajas de cartón y no se daban ni cuenta. Desde ahora tendrán que vivir con sus amigos más cercanos. Van a vivir juntas. Van a dejar de estar como de paso hacia la muerte. Aborrecerán quizás a su marido. Vomitarán quizás sobre sus hijos. Quizás querrán hacer volar el decorado de su vida cotidiana. A decir verdad, no estarán ya más en el mundo, en las metrópolis de la separación. su mundo no era habitable en ninguno de sus puntos más que a condición de una huida eterna. Tenían que aturdirse con frecuentes desplazamientos y distracciones ya que el horror había ganado en presencia. Y lo fantasmático reinaba entre los seres. Todo se había optimizado tanto que nada tenía ya ningún sentido. ¡Estar agradecidos conmigo por todo esto y sean bienvenidos de nuevo sobre la tierra!
Gracias a mí, durante un tiempo indefinido, no trabajarán más, sus hijos no irán a la escuela y, no obstante, esto será todo lo contrario a unas vacaciones. Las vacaciones son ese tiempo que es preciso llenar a toda costa esperando el retorno previsto del trabajo. Pero allá, en lo que se abre ante ustedes, gracias a mí, no hay más tiempos delimitados: se trata de una inmensa apertura. Yo los vuelvo inoperosos. Nada los obliga a que el no-mundo de antes vuelva. Todo este disparate rentable puede quizás desaparecer. A fuerza de no cobrar, ¿qué más natural que no pagar el alquiler? ¿Por qué ha de seguir pagando las facturas al banco quien ya, de todos modos, no puede trabajar?
¿No es un poco suicida, en fin, vivir allí donde ni siquiera puede cultivarse un huerto? Quien no tenga dinero no dejará de comer, y quien esté armado tendrá pan. Agradézcanmelo: yo los sitúo al borde de la bifurcación que estructura tácitamente su existencia: la economía o la vida. Es su turno, y la apuesta es histórica. O los gobernantes imponen su estado de excepción, o ustedes inventan el suyo. O bien se apegan a las verdades que ahora emergen, o bien esconderán la cabeza bajo tierra. O emplearán el tiempo que yo les doy ahora para descubrir el mundo que viene a partir de las lecciones del colapso en curso, o éste terminará por radicalizarse más si cabe. El desastre cesa cuando cesa la economía. La economía es la devastación. Esto era una simple tesis el mes anterior. Ahora es un hecho. Nadie puede ignorar que serán precisas policía, vigilancia, propaganda, logística y teletrabajo para reprimirlo.
De cara a mí, no cedas ni al pánico ni a la denegación. No caigas en la histeria biopolítica. Las semanas que vienen van a ser terribles, agobiantes y crueles. Las puertas de la Muerte estarán abiertas de par en par. Yo soy la más catastrófica producción de la devastación productiva que es la economía. Vengo a aniquilar a los nihilistas. La injusticia de este mundo jamás será tan escandalosa. Es una civilización, y no a ustedes, a quien vengo a enterrar. Aquellos que quieran vivir deberán proveerse de nuevos hábitos que les sean propios. Evitarme ha de ser la ocasión de esta reinvención, de este nuevo arte de las distancias. El arte de saludarse, en el cual algunos miopes han querido ver la esencia misma de la institución, pronto no obedecerá más a ninguna etiqueta. Dará sentido a los seres. No hagan esto «por los otros», por «la población» o por «la sociedad», háganlo por los suyos. Cuidar de sus amigos y de sus amores. Repensar con ellos, soberanamente, una forma de vida justa. Formar grupos en torno a una buena manera de vivir; escúchense mutuamente, y yo no podré nada contra ustedes. Esto es un llamamiento a la atención, no al retorno masivo de la disciplina. No es una condena de toda la despreocupación, pero sí de toda negligencia. ¿Qué más puedo recordarles para insistir en que la salud está en cada gesto? Que todo, sobre todo la ligereza, se encuentra en lo más ínfimo.
He tenido que rendirme a la evidencia: la humanidad solo se hace las preguntas que ya no puede no hacerse.