SOBRE LA OSCURIDAD Y SUS POSIBILIDADES

 

“No se trata de una doctrina secreta o de una ciencia más alta, ni de un saber que no se sabe. Más aún, es posible que la zona de no conocimiento  no contenga precisamente nada especial, que si se pudiera mirar hacia su interior, sólo se entrevería -aunque no es seguro- un viejo trineo abandonado, sólo -aunque no está claro- el gesto arisco de una niña que nos invita a jugar. Quizá tampoco existe una zona de no conocimiento, existen sólo sus gestos.[…] La relación con una zona de no conocimiento es una danza.”
G. Agamben


“Caminamos esta noche por la ciudad, los paseos se nos dan como a cualquiera en medio de una necesidad que se desdice en la idea vaga de “salir de casa”. Todo se revela como de costumbre; los coches, los edificios con sus iluminaciones, los turistas, los comerciantes cerrando sus locales.[…]
Encontramos un amigo. movidos por la inquietud de hablar, preguntamos, ¿qué hay de nuevo?; un par de eventos culturales y actividades recreativas recurrentes[…]Sabemos que algo permanece inaccesible. ¿Cuáles son los cuerpos que faltan? ¿Dónde está la ciudad? ¿Qué es lo común, de lo que podemos hablar? La ciudad permanece sitiada y esto es lo más cercano a estar encerrados afuera.”


Abu Shabin

Más que una estrategia que se desdoblaría en la tendencia a caotizar nuestras percepciones individuales, nuestras voces se desplazan caóticamente porque es el único medio sensato desde donde lo común aparece como estela de evidencia en un espacio en el que el estado ha mantenido su hegemonía, incluso en los escenarios más horrorosos e incomprensibles. Hay una tendencia a organizar la historia que implica la separación de los acontecimientos y los espectros políticos que zonifican la vida común –la verdad histórica–. El devenir histórico, poco ha tenido que ver con “La Historia” que ha configurado la brújula de los mexicanos y que sigue marcando por un lado el estado, por el otro el narco, muy lejos la lucha de los pueblos originarios y zapatistas. Estos fantasmas han servido de pilares para hacer efectivo el terrorismo de la economía desde el que se realiza la preservación de una normalidad que no ha encontrado cause alguno más que la explotación del trabajo y el entretenimiento popular como dispositivo de aislamiento . El espectáculo continúa.

Hemos aprendido en el marco de los cuerpos perdidos que la vida común se encuentra sitiada, y nos preguntamos; ¿cuáles son los movimientos posibles?, ¿qué hay entre nosotros que no sea el espectáculo al que asistimos diariamente? y ¿qué pueden los cuerpos que no sea representar cada día esta narrativa de la miseria cotidiana a la que llamamos normalidad? Una vida común y un tiempo que se mide de acuerdo al precio de la gasolina.

Cuando la noche cae y es absoluta, el cuerpo se funde con el mundo en sus zonas de indistinción, en sus sombras, un movimiento permanece en secreto, una pista; en la oscuridad bailar parece posible, pero no para todos, lo sabemos. Las fugas se nos revelan y sabemos bien que no hay un común local como utopía que pueda siquiera existir sin perspectiva del mundo. Es por eso que cualquier fuga conjunta se realizará hacia adentro de las situaciones;

Encontrando en cada situación su propensión a desbordarse

Abriendo espacios entre los dispositivos que dejen pasar la oscuridad donde se hace posible el movimiento

Haciendo alianzas entre estas oscuridades como el guiño entre las bandas, los vecinos, los amigos

Haciendo de la noche en que nos encontramos una posibilidad técnica-táctica.

Liberando las palabras del discurso y trayéndolas hasta el punto de hacer resonar nuestras relaciones, ahora

Estableciendo las condiciones de una disposición nueva

Incluso a tientas, aprender a moverse

No es extraño que mientras la mercancía es de “ensueño” una noticia tras otra nos muestre imágenes de pesadilla –imaginario de una alienación onírica–. La esperanza es somnolienta, no logramos despertar, y nosotros no esperaremos, hay que atacar los sueños, hacerlos coincidir plenamente con los objetos y las calles que habitamos, esa misma coincidencia que hay entre la oscuridad y los nervios que dibujan el cuerpo cuando no podemos ver nada.

Damos cuenta de que muchas armas se nos han confiscado. Incluso algunas las entregamos voluntariamente cada día. La mayoría de los grupos hoy se ven animados y satisfechos con un intercambio de avatares donde se da más o menos por entendido que cada UNO guarda celosamente el secreto de su vacío como especulación de una subjetividad irrealizable, pero que funciona perfectamente en el ámbito de la economía identitaria,  pues el negocio se sustenta en las raíces de la “búsqueda de UNO mismo” en la acumulación de “experiencias”. Por eso ahora parece más significativo el compartir una selfie que legitime nuestros encuentros, que poner en juego los devenires de una amistad política. Las evidencias del desierto están en todas partes y no hay pretensión en nosotros de ser autores de otro diagnóstico sobre lo que ya se ha reafirmado una y otra vez en la precariedad compartida que se respira casi en cualquier lugar, en cualquier existencia. Parece más interesante la perspectiva de aparecer como resonadores de las potencias que todavía encontramos, flujos de intensidad que se encarnan desde lo más profundo de unas vidas cualquiera
–toda la historia recae en el gesto, en las formas en que vivimos.

La noche de los cuerpos son todos los cuerpos que faltan, tanto los desaparecidos como los amigos que nunca volvieron o nunca llegaron, también los nuestros; sin embargo, recordamos que también en la carencia se esconde un encanto o una posibilidad, presentimos una potencia que sugiere una manera de hacerse imperceptible para esa triste condición.

Existe la perspectiva entre algunos amigos de hacer de la noche la ocasión de un entrenamiento tal que se constituya, si se quiere, como un gran juego de solidaridades  y de usos por inventar, atribuibles solamente a la fuerza de los encuentros. Nadie sabe todavía qué es lo que podemos y cada circunstancia imprime nuevamente escenarios sobre los cuales plantear la huida. Por ahora, sabemos que es posible la puesta en común de las técnicas y las sensibilidades. Un amigo dice ciertamente, que la problemática de la comunidad nunca se dio más por no saber poner en juego eso que tenemos en común, que por ser tan torpes para poner en juego eso que hace nuestra diferencia; entiendo, eso que hay de singularidad en cada presencia, que desbarata la homogeneización y el alisamiento de los paisajes colectivos y hace efectiva la multiplicación de nuestras perspectivas afectivas. Es preciso no dejarse engañar por las líneas seculares que suplantan esta idea, la inclinación patológica de intentar en cada momento hacerse diferentes, la búsqueda de la afirmación individualista que hace de dispositivo de separación – la necesidad de ser alguien.

Un paisaje habitable se puede imaginar

¿Pero qué son los paisajes imaginables? Cuando incluso la imaginación se ha subordinado a la narrativa de los discursos dominantes. La crítica toma cada vez más y en todas partes el lugar de una policía de la deserción así como un nuevo nicho de la economía. La paradoja del liberalismo es el cinismo que hace de buena conciencia, el desapego gestionado de los que desean que nada cambie.


Mientras tanto por todas partes surgen las señales de unos espíritus mutantes, a los que ahora necesitamos darles lugar,  es a estos espíritus a quienes llamamos amigos, en cualquier circunstancia, sean objetos, lugares, personas, composiciones, en todo caso jugadores capaces de habitar en la oscuridad que nos atraviesa, esos que se mueven en los intersticios de lo concreto, que sólo se pueden reconocer por su risa, por su abandono, por el acomodo de sus cuerpos y un  alegre movimiento que franquea la hostilidad de nuestras prótesis. Los obstáculos son los mismos y sólo se han hecho más fuertes; el chantaje de la democracia, el fascismo que nos ha sido atribuido de la misma forma que lo fue la culpa cristiana y que nos pone siempre en el lugar del enemigo en potencia, el criminal/terrorista, en efecto, el culpable.  Es el orden ilusorio el que se quiere salvar siempre en todas partes, en todos los encuentros, en todas las situaciones y el que dispone en esta oscuridad su dominante ceguera operativa en forma de una infinidad de anestésicos.



El juego se desenvuelve ya entre los cuerpos que habitan su propia forma de vida con atención. La ética de este gran juego está hecha de la misma consistencia que cualquier otro juego que no esté cooptado por la separación, de una alucinación poderosa y un repudio por los aguafiestas que se hace evidente con inocencia. Aprender a habitar la oscuridad es el común de los que permanecen huyendo en la clandestinidad de su presencia.