Desescolarización: Desaprendiendo a Aprender

 

Mientras lxs estudiantes se preparan para regresar a un entorno de aprendizaje cada vez más distópico, es un buen momento para revisar nuestras ideas sobre la educación en sí. ¿Cuál es el propósito de nuestras instituciones educativas? ¿Cuán profundamente moldean las premisas de esas instituciones las formas en que abordamos el aprendizaje, incluso en nuestro “tiempo libre”? ¿De qué otra manera podríamos desarrollar y explorar nuestras capacidades?

“La educación es lo que sobrevive cuando lo que se ha aprendido se ha olvidado”, dijo BF Skinner. En otras palabras, la función de la educación no es permitir que lxs alumnxs adquieran habilidades o conocimientos específicos, sino más bien inculcar ciertos hábitos y formas de pensar. En una sociedad hipercapitalista, en la que las instituciones educativas sirven principalmente para clasificar y categorizar a lxs solicitantes de empleo, el papel de las escuelas no es solo prepararnos para el mundo laboral, sino resignarnos a él, reduciendo nuestra capacidad de imaginar cualquier otra forma de aprendizaje.


Desescolarización: Desaprendiendo a Aprender

Hablar de desescolarización es hablar en favor del hacer —de dedicarse por iniciativa propia a una actividad, con un propósito y un significado— y en contra de la educación —en el sentido de aprendizaje dirigido desde arriba, aislado del resto de esferas de la vida y ejecutado bajo la presión del chantaje y la amenaza, de la codicia y el miedo. Es hablar de personas haciendo cosas, y haciéndolas mejor, y bajo que premisas esto sería posible; sobre la manera en la que, si se dieran esas condiciones, otras personas podrían ayudarnos a hacer las cosas mejor, y viceversa; y sobre las razones por las que estas condiciones no existen en las escuelas obligatorias, coercitivas y competitivas, ni siquiera en las llamadas instituciones alternativas de aprendizaje.

Intérprete e Interpretación

La mayoría de lxs estudiantes de música piensan en la música como algo que tienen que aprender, no como algo que pueden hacer. Sin embargo, a pesar de las academias y conservatorios, metodologías y libros de metodología, pedagogías y pedagogxs y millones de rapapolvos que unx pueda recibir, el verbo activo adecuado en relación con la palabra música sigue siendo “tocar”. Tocas música. También puedes hacer música. Tocar y hacer son elementos esenciales para ser músicx. Sin embargo, en lugar de tocar y hacer, lxs estudiantes practican composiciones o trabajan en proyectos. El término practicar implica que realmente no lo estás haciendo, solo estás preparándote para cuando realmente lo hagas. Bueno, ¿cuándo lo vas a hacer? ¿Para tu profesor en clase? ¿Para un tribunal en un examen o el jurado de un concurso? ¿Para padres, madres o amigxs? Cuando finalmente lo hayas hecho y tu padre, tu madre, maestrx o jurado te digan si has conseguido hacer música o no, ¿querrás volver a hacerlo alguna vez?

“VOSOTROS SOIS LOS LÍDERES DEL MAÑANA!—VOSOTROS LLEVARÉIS ESTE PAÍS EN NUEVAS Y AUDACES DIRECCIONES—VOSOTROS SERÉIS LOS PIONEROS!”

En una sociedad orientada al producto, la interpretación (grabación) y lxs intérpretes (persona) se convierten en los elementos más importantes de la música, cruciales porque son eminentemente comercializables. En esta sociedad la única música que se considera real es la que pasa la prueba definitiva de la mercantilización. Cuando la “ejecutas” durante una clase o para conocidxs, y no has estado practicando y haciendo el trabajo que sabes que deberías haber estado haciendo y tu ejecución no cumple con las expectativas de todxs—reales o imaginarias, incluidas la tuyas propias—te sientes mal. No te sientes músicx. Puedes sentir que estás mintiendo. Puede que no te gustes a ti mismx y te sientas culpable. Puedes sentir resentimiento hacia tu maestro y tu madre o padre por hacerte pasar por todo esto. Es posible que sientas todas estas cosas con mayor intensidad aún si fuiste tu mismx quien quiso tomar clases! Sientas lo que sientas, ciertamente no te sentirás musical.

Los sistemas obligatorios no pueden proteger a lxs jóvenes de los muchos fracasos y tragedias que han vivido lxs adultxs. La música solo se puede disfrutar en sus propios términos. Enfocarse en la interpretación genera un compendio de sentimientos: frustración por hacerlo mal, resentimiento por necesitar tanto trabajo para ser “buenx”, confusión al comprobar que la música no es para nada divertida. Al final, lxs estudiantes pueden incluso resistirse a practicar. Todo esto va en contra del verdadero propósito de tocar música: ser “una persona más completa”, adquirir otras formas de expresión, divertirse. Las presiones externas de este tipo son la antítesis del aprendizaje y la vida.

La educación, como la mayoría de la gente la entiende, presupone que el aprendizaje es una actividad separada del resto de la vida, que se realiza mejor cuando uno no está haciendo nada más y, aún mejor, allí donde no se hace nada más—en espacios de aprendizaje especialmente concebidos para aprender solx. La mayoría usa el término “educación” como si se refiriera a algún tipo de tratamiento. Incluso la “autoeducación” puede reflejar esta idea: al verse como un tratamiento autoadministrado. Pero es un completo disparate decir que hay que enseñar a las personas a aprender o a pensar. Nacemos sabiendo cómo hacerlo. Nacemos con la inclinación al juego, y al jugar, no vivimos ni un solo momento sin aprender.

“VOSOTROS SOIS LOS INNOVADORES DEL FUTURO!! LO HABÉIS ENTENDIDO?”

Los Orígenes de la Escolarización Obligatoria

La estructura educativa del siglo XX en Estados Unidos se remonta a 1806, cuando los soldados amateurs de Napoleón vencieron a los soldados profesionales de Prusia en la batalla de Jena. Cuando el negocio está en vender soldados, perder una batalla como esa es cosa seria. Casi inmediatamente después, un filósofo alemán llamado Johann Gottlieb Fichte pronunció su famoso “Discursos a la nación alemana”, que se convirtió en uno de los documentos más influyentes de la historia moderna. En pocas palabras, le dijo al pueblo prusiano que la fiesta había terminado, que la nación tendría que progresar a partir de una nueva institución utópica de escolarización obligatoria en la que todxs aprenderían a recibir órdenes.

Así llegó la escolarización obligatoria al mundo—a punta de bayoneta del estado. La educación obligatoria moderna comenzó en Prusia en 1819, con una visión clara de lo que las escuelas centralizadas podían ofrecer: disciplinadxs soldados para el ejército, obedientes trabajadorxs para las minas, funcionarixs públicxs correctamente subordinadxs al gobierno, empleadxs sometidxs a la industria y ciudadanxs que piensan lo mismo sobre las cuestiones más importantes. Treinta y tres años después de la fatídica invención de esta institución de aprendizaje centralizado, Estados Unidos adoptó el estilo de escolarización prusiano como propio.

“Sí, SEÑOR.”

La Educación como Industria

La educación obligatoria sigue satisfaciendo la necesidad de nuestra superpoderosa sociedad de formar a lxs ciudadanxs para el servilismo. Además, la educación ahora nos prepara para desarrollar una carrera en diversas industrias que Fichte en su tiempo no podría haber siquiera imaginado. La mayor sorpresa de todas es que la educación en sí misma se ha convertido en una industria. En un mundo progresivamente mecanizado, en el que el autopago en las tiendas de comestibles y el check-in online están reemplazando los trabajos que una vez mantuvieron a lxs ciudadanxs ocupadxs e integradxs en la sociedad, ¿qué se puede hacer con todxs lxs trabajadorxs excedentes excepto postponer indefinidamente su entrada en el mercado laboral?

Se suele decir que lxs graduadxs de la escuela secundaria de hoy pueden estar segurxs de que, si consiguen tener trabajo, tendrán que realizar tareas que todavía no podemos siquiera imaginar. En el limbo entre lo conocido y lo desconocido, está la educación. Lxs maestrxs, profesorxs y directivxs siempre pueden encontrar empleo cuando escasean otros trabajos, y aquellxs, a quienes se les enseñó a creer que no estarían listxs para vivir la vida hasta que estuvieran debidamente preparadxs, conforman la masa de lxs consumidorxs. Lxs candidatxs a empleadxs pasan cada vez más tiempo compitiendo entre sí por una mejor posición, un punto extra, una más larga lista de títulos. Ésta es una manera eficaz de desviar la atención de la inminente fatalidad del desempleo y la justificación de por qué algunas personas nunca consiguen los trabajos de ensueño que pensaban que les aguardaban—simplemente no estudiaron lo suficiente.

Hace poco tiempo, solo lxs ricxs y poderosxs podían enviar a sus hijxs a la escuela. En la economía actual, basada en el crédito, en la que todxs esperan ser clase media y la mayoría debe vivir más allá de sus posibilidades para mantener esta ilusión, la industria de la educación ha hecho su agosto con una nueva forma de chantaje. Con el objetivo de estar preparadas para todo tipo de empleos, excepto los peores, las personas deben pagar miles o decenas de miles o incluso más, para ir a escuelas que enseñan pocas de las habilidades que el mercado laboral realmente requiere. Esto las endeuda durante décadas, y las obliga a seguir vendiéndose dondequiera que la economía lo requiera. Es una forma muy sofisticada de servidumbre por contrato. ¿No hay realmente una forma más “educativa”—por no decir valiosa—de gastar tanto dinero? ¿Y tantxs estudiantes, recién salidxs de la universidad y desesperadxs por vivir, por fin, libremente, buscarían inmediatamente un empleo si no tuvieran que afrontar el pago de unas deudas tan agobiantes?

“Que pena—insuficiente educación.”

Abandono y Desescolarización

La mayoría de las personas nacidas con uno o dos padres o madres forman parte de la institución social más pequeña e inmediata—la familia. Desde la perspectiva del gobierno, esta anticuada institución no es digna de confianza y es imposible de controlar. Los sistemas actuales de escuelas y guarderías, en modelos complementarios tanto obligatorios como voluntarios, aseguran que lxs niñxs adquieran ciertos valores. En consecuencia, una amplia diversidad de familias, interesadas por distintas razones en la autogestión, planifican con antelación la desescolarización.

En la cultura popular, estas familias, que educan en el hogar y cuyxs hijxs no asisten a la escuela, se representan como hippies, fundamentalistas religiosxs o fanáticxs extremistas. Se nos dice que muchas de ellas son ricas y blancas. Rara vez vemos información sobre familias que educan en el hogar y que pertenecen a grupos demográficos específicos o marginados. Muchas de estas familias prefieren permanecer en el anonimato: muchxs padres y madres negrxs temen que, si las autoridades escolares descubren con qué facilidad sacan a sus hijxs de la escuela, lxs legisladorxs diseñarán leyes para obligarlxs a devolver a sus hijxs al sistema. Lxs negrxs que educan a sus hijxs en casa tienen motivos para temer que el gobierno promulgue leyes contra el absentismo escolar, como las leyes de esclavxs fugitivxs, que tendrán un impacto más acusado en sus familias que en aquellas más privilegiadas. También es probable que, debido a que tienen acceso a más recursos, herramientas, tiempo y a que sienten tener derecho a saltarse las reglas, las familias más ricas y blancas sean más frecuentes en el mundo de la educación formal en casa.

Por supuesto, muchxs de lxs no escolarizadxs son marginadxs a causa de sus principios—no solo por el sistema que rechazan, sino también por sus padres. Por el bien de la desescolarización, deberíamos trabajar para librar nuestra mente de los prejuicios que nos hacen verlxs como “fracasadxs” o “delincuentes”, animales extraviados que deben ser atrapados y devueltos al redil. Cuando oímos hablar del abandono escolar, lo que oímos es el punto de vista de sus cazadorxs. Sin embargo, podríamos considerar a lxs desertorxs escolares refuseniks, objetorxs de conciencia que se rebelan contra un proceso asfixiante y deshumanizador. Muchxs estudiantes, cuyxs tutorxs definieron como desertorxs, se han redefinido a sí mismxs desde entonces como exitosxs fugitivxs de una inútil carrera educativa.

En EE.UU., la mayor parte de lxs jóvenes que abandonan la escuela antes de graduarse son latinxs y negrxs. Para cuando dejan la escuela, tanto su alma como su cuerpo ya han sido víctimas del sistema. Es comprensible que muchxs se nieguen a recibir más “atención” después de sufrir intensivos programas de recuperación, que presuponen que son incapaces de tener éxito dentro del sistema o de integrarse en la sociedad, si no es siguiendo el camino marcado por sus maestrxs. En escuelas que no les enseñan nada sobre sí mismxs, se les ha obligado a aprender a fingir todo. Muchxs han llegado a ver la escuela como una trituradora de almas a nivel mundial, que machaca a la mayoría y fortalece a una élite para que gobierne a lxs demás.

Esta es la autoconciencia sobre el absentismo escolar a la que todxs podemos aspirar. Acabemos con el estigma que pesa actualmente sobre lxs infraconsumidorxs de la educación.

Las Desventuras de lxs Maestrxs en el Templo de la Perdición

La mayoría de lxs maestrxs y profesorxs son personas generosas, inteligentes y creativas. Algunxs tienen mucho talento o conocimiento de sus campos y serían grandes mentorxs o amigxs fuera de las limitaciones que impone la escuela. Muchxs han renunciado a la oportunidad de ganar mucho dinero porque creen en la enseñanza a pesar de estar mal pagada. Especialmente si son hombres, soportan a veces años de reproches de sus familias—”¿por qué no buscas un trabajo de verdad?” Muchxs profesorxs y maestrxs son personas estupendas, pero el papel que se ven obligadxs a desempeñar en la escuela les impide comportarse como personas normales en sus interacciones con otras personas normales, es decir, con sus alumnxs. Su talento y energía se agotan por culpa de tener que decir constantemente qué se debe hacer. Como formadorxs, estas buenas personas chocan con el muro de hormigón que los vericuetos burocráticos de cualquier escuela les exige. Ésta es la naturaleza de las limitaciones fundamentales de la escolarización institucional.

Cuando tienes maestrxs o profesorxs formadxs, divertidxs o sabixs, escuchar a esas personas relatar historias y dar clase puede ser delicioso, es decir—asumiendo que la administración les “permita” ser ellxs mismxs y decir lo que realmente saben y piensan. Desafortunadamente, esto rara vez ocurre, ya que la mayoría de lxs funcionarixs de educación tienen que preocuparse por si cualquiera de lxs padres y madres se ofende, y de ser así no lxs reeligen para su cargo y, por lo tanto, se esfuerzan por mantener a sus maestrxs y profesorxs tan mudxs, mediocres y con el perfil más bajo como sea posible. Casi todxs lxs empleadxs de una escuela viven con miedo de sus superiores, porque sus superiores viven con miedo de su electorado. Democracia! Por lo tanto, las ideas interesantes se censuran hasta el extremo. El maestro no puede decir: “Espera un minuto, ¿qué está alimentando esta supuesta guerra contra las drogas?” porque el padre de Johnny, indignado, podría llamar al director para protestar que “¡de entre todas las personas, un maestro!” es quien está fomentando el consumo de drogas. De hecho, el padre de Johnny puede tener él mismo serias dudas sobre la guerra contra las drogas, pero tampoco es probable que acuse a la administración de lavarle el cerebro, no sea que otrxs lo tilden de padre inadecuado—y un gran barco como el Currículo Educativo no es fácil de llevar.

Algunas de las personas más brillantes y con inclinaciones más radicales que puedas conocer se convierten en maestrxs o profesorxs, tratando de defender su postura haciéndose un hueco en este barro burocrático. La escuela es uno de los pocos lugares en los que socialmente se aceptan lxs “librepensadorxs” y ahora que su terreno ha sido envenenado y cementado y casi todos los seres humanos colocados al azar en vehículos, oficinas, cárceles y hoteles, hablar de amistad, dios e impiedad, o sufrimiento colectivo es ser un soñador académico.

¿Qué pasaría si, en lugar de convertirnos en académicxs que capacitan a otrxs aspirantes a académicxs, nosotrxs, personas reflexivas, buscáramos a nuestrxs compañerxs para influenciarnos mutuamente de maneras más inmediatas y deliberadas? Al oponernos a toda nueva forma de relación institucionalizada, podemos soñar con lugares, espacios libres y centros sociales okupados—carpas y plazas y tal vez incluso escuelas okupadas—en los que la gente pueda reunirse en grupos según quien desee emprender un proyecto o explorar juntxs un pensamiento específico. Podemos buscar crear espacios en los que nos encontremos partiendo de un deseo común de autogobierno, renunciando a toda integración en cualquier sistema.

“NOSOTROS ENSEÑAMOS—VOSOTROS TRABAJÁIS—ELLOS SE BENEFICIAN.”

Repensando la Disciplina, la Seguridad, la Certificación, los Espacios Públicos, el Trabajo Infantil y el Pensar en Sí Mismo

Reconsideremos la disciplina. Una de las peores cosas del arbitrario tipo de autoridad que observamos en las aulas, es la manera en la que nos hace perder la confianza en la posibilidad de aprender de personas que saben lo que están haciendo y podrían compartir su sabiduría con nosotrxs. Cuando te hacen obedecer a crueles y poco razonables maestrxs y profesorxs, pueden coartar tu deseo de aprender de una persona sabia, amable y razonable. Cuando te ordenan recoger lo que has ensuciado en la cafetería, pueden socavar tu propio y libre sentido de la cortesía. Imagínate una habitación llena de gente que grita: en realidad, es mucho más fácil si se callan por si mismxs que hacerlxs callar a la fuerza. La manera en la que las escuelas de hoy en día insisten en esto último, impide que las personas desarrollen, por sí mismas, la capacidad de estar tranquilas y atentas.

Reconsideremos la seguridad. La seguridad es siempre una preocupación dominante para todxs aquellxs que conviven con jóvenes. Pero la forma de promover la seguridad es ayudar a lxs niñxs a volverse más fuertes y responsables, no más débiles y dependientes. Tanto si eres padre o madre como si no, considera que la responsabilidad fomenta la fortaleza, mientras que la vigilancia y el control pueden fomentar la debilidad.

No discriminemos a lxs que no tienen una titulación. Si debemos evaluar las competencias necesarias para una tarea determinada, evaluémoslas tan directamente como podamos, y no confundamos las competencias con la cantidad de tiempo que pasamos sentadxs en instituciones educativas. Aquellxs de nosotrxs que hemos pasado mucho tiempo en esas instituciones podemos aportar nuestro grano de arena para devaluar la moneda educativa, negándonos a jactarnos de nuestras propias credenciales educativas “oficiales”. Elimina estas de tu propia imagen; pide que lxs demás te juzguen por tus talentos y logros reales, de la misma manera que tu juzgarías a lxs demás.

Frecuentemos bibliotecas, cooperativas, museos, teatros y otras instituciones comunitarias voluntarias y menos coercitivas. Donde sean inaccesibles, trabajemos para hacerlas accesibles. Creemos más espacios en nuestras comunidades donde desde jóvenes hasta ancianos puedan reunirse para realizar actividades no programadas de todo tipo. Pongamos fin a la política de trasladar a jóvenes y mayores a instituciones separadas “por su propio bien”.

Escupamos sobre el trabajo de explotación de todo tipo, no solo sobre el trabajo infantil. Durante los primeros cientos de miles de años de existencia humana, lxs jóvenes participaron de manera significativa en muchas de las cuestiones necesarias para asegurar la supervivencia colectiva de sus comunidades. Es la discriminación por edad la que exige que lxs jóvenes aprendan sobre el mundo antes de que se les permita aprender de él, tomando parte en él.

Aprendamos a pensar de nuevo—¡y construyamos espacios que lo alienten! Fomentemos la cultura del libro en círculos y espacios sociales estables, en los que podamos reunirnos con regularidad, como cafeterías, y publicaciones periódicas para escritorxs y lectorxs. Hoy en día, tanto los libros como el diálogo se enfrentan a la oposición de los medios de comunicación. La pantalla disuelve el texto. La imagen y su leyenda triunfan. La atención silenciosa y sostenida es interrumpida constantemente por ruidos programados. Las materias escolares especializadas y las campanas escolares, que dividen las clases en intervalos regulares de cincuenta minutos, interrumpen los pensamientos de cualquier individuo que intente reflexionar de manera crítica en el seno de la escuela. Nuestra capacidad para mantener un pensamiento sostenido está siendo atacada por las películas y las redes sociales, por el ruido, la velocidad y la densidad de información de nuestro tiempo. Las instituciones que pretenden preparar a lxs estudiantes para este mundo demencial—sólo consiguen reprimir la capacidad de pensar y sentir libremente.

Relaciones de Confianza Mutua y con lxs Jóvenes

Todxs hemos observado las actuales guerras culturales conservadoras que giran en torno a los “valores familiares”. Estos “valores”, por supuesto, se refieren a lxs niñxs: preciosos, obedientes, y pequeños reflejos de ciudadanxs honradxs y agradables. Las personas que desconfían del cambio a menudo temen que lxs jóvenes, el corazón del núcleo familiar, representen una fuerza potencialmente disruptiva.

Esta sospecha está bien fundada. Lxs jóvenes —como puede atestiguar cualquiera que lxs tome en serio— a menudo demuestran tener una capacidad inusual para llamar la atención sobre las dimensiones políticas subyacentes en la vida cotidiana: los dudosos pretextos con los que se establece la autoridad, a menudo incluida la de lxs padres y madres. Sin censura, con espacio seguros en los que poder ser curiosxs y directxs, lxs jóvenes pueden discernir los fundamentos de las relaciones sociales, desenterrando la raíz—es decir, el radical— que traiciona la realidad de esas relaciones, recordándonos las raíces ocultas del poder en las que descansa la autoridad. Al observar ese cabo suelto es posible que tiren de él y pregunten: ¿Por qué? ¿Por qué en mis zapatillas pone “Hecho en Pakistán”? ¿Por qué se están deteriorando las aceras en esta parte de la ciudad? ¿Por qué se supone que debemos ir a la escuela?

Comprueba tus motivos al interactuar con aquellxs que crees que saben menos que tú. Lxs educadorxs a veces asumen la educación de lxs niñxs con tanto celo porque sienten envidia de la claridad que estxs tienen, y se sienten impelidxs a intentar que esa otra persona se parezca a ellxs mismxs. Del mismo modo, pueden estar alentadxs por el resentimiento que les produce la valentía que ayuda a lxs niñxs a denunciar la incongruencia y la injusticia.

Debido a que, con demasiada frecuencia, lxs niñxs no son vistxs como individuxs, sino como objetos, como tofu que absorbe el sabor de cualquier salsa que le pongan, han sido utilizadxs, por personas con todo tipo de motivaciones, como terreno de pruebas para un sinfín de soluciones a medias para todo tipo de problemas sociales. Las técnicas de “correcta educación infantil” se han presentado como un medio para acabar con la pobreza, la delincuencia, la violencia urbana y el desorden en general, entre otras plagas. A lxs niñxs se les enseñan los valores sociales, la actitud y los hábitos de trabajo adecuadxs para este fin; pero si olvidan o rechazan esa enseñanza, se les muestra que, como individuxs, ellxs son el problema, no el sistema social responsable tanto de sus lecciones como de los problemas sociales contra los que están, supuestamente, siendo vacunadxs.

Si estamos de acuerdo en que lxs niñxs aprenden bien, dejemos que nuestra actitud y nuestro trato con lxs jóvenes lo demuestren. Resistamos la tentación de convertirnos en educadorxs, de restregar por su cara nuestra más dilatada experiencia, adoptando sin querer los roles de maestrxs, ayudantxs, instructorxs. Confiemos en que las personas se den cuenta de las cosas por sí mismas a menos que pidan nuestra ayuda, como resultado preguntarán con frecuencia. Las personas, cuya curiosidad no ha sido adormecida por la educación, están llenas de preguntas. La toxicidad inherente a la educación es precisamente que gran parte de la enseñanza que se imparte no es bienvenida.

Además, en apoyo no solo a lxs jóvenes sino a todas las personas, haríamos bien en fomentar lugares cotidianos más accesibles, donde el conocimiento y las herramientas para adquirirlo no estén encerradxs en instituciones o atesoradxs como secretos celosamente guardadxs. Es bastante fácil ofrecernos a compartir nuestras habilidades con otrxs, sin tener que imponérselo. Toma un aprendiz. Cuelga un cartel en la puerta de tu casa que describa lo que haces. Hazles saber a tus amigxs y vecinxs que puedes hacer esa oferta a cualquier persona seria y comprometida.

“‘Si!!’ Escondida en la biblioteca durante la tercera clase, Cynthia descubre el libre albedrío.”

Vivir no Puede Institucionalizarse

Cuando ingresamos en una institución, ya sea por voluntad propia o por la fuerza, a menudo creemos que podemos quedarnos con las cosas buenas que tiene para ofrecer y desechar las malas. Sin embargo, como dijo un hombre lakota sobre la escolarización,

“Las escuelas dejan una cicatriz. Entramos en ellas confundidos y desconcertados y las dejamos de la misma manera. Cuando entramos en la escuela al menos sabemos que somos indios. Salimos mitad rojos y mitad blancos, sin saber lo que somos ‘’.

Comprometerse con la influencia institucional suele ser un mal negocio.

Si no deseas institucionalizar tu mente y tu corazón dentro de las limitaciones de la escuela, considera también cuestionar las relaciones afectivas clásicas, las normas de transporte y otras cosas que la gente da por sentadas. Acompaña tu segunda mirada a las escuelas con una segunda mirada a todas las cosas, todo el tiempo. No dejemos en manos de las instituciones la responsabilidad que tenemos lxs unxs con lxs otrxs. Cada vez más de nosotrxs consideramos razonable y virtuoso evitar ser diagnosticadxs, curadxs, educadxs, socializadxs, informadxs, entretenidxs, alojadxs, casadxs, asesoradxs, certificadxs, publicitadxs y protegidxs de acuerdo con las necesidades que nos inculcan nuestrxs cuidadorxs profesionales. Cada vez más personas descubren que para ellxs es sagrada la libertad de resistirse a ser integradxs en muchos de nuestros modernos sistemas.

Para lxs que Abandonaron los Estudios teniendo Recursos para Acceder a la Llamada Educación Superior

Aunque muchxs de nosotrxs, atrapadxs en las instituciones públicas, nos encontramos con la necesidad de escapar por completo de sus garras, es posible que descubras que tienes la inspiración o la ilusión que se necesitan para vivir creativamente dentro del vientre de la bestia. En realidad, todxs nos encontramos algunas veces viviendo en alguna cámara de ese vientre, independientemente de nuestras opciones de vida. Si eres una persona joven cuyxs progenitorxs tienen suficientes recursos y esperan que vayas a la universidad con su dinero y obtengas los títulos que te abrirán las puertas que están cerradas para personas menos privilegiadas, piensa en formas inteligentes de utilizar ese privilegio. Recibe la formación convencional para convertirte en médicx con el fin de realizar cirugías de transición o electrólisis a personas transgénero que tienen bajos ingresos. Asiste a la facultad de derecho para poder representar en el juzgado a personas que se han negado a ser institucionalizadas y han sido acusadas de delitos por ello. Muchas subculturas marginadas se beneficiarían del acceso gratuito o económico al resultado de la formación institucional de alguien que puede hacer algunas de las cosas difíciles que están estrictamente reguladas en esta sociedad—ayudar a adaptar una prótesis para alguien, por ejemplo.

Pero si estás interesadx en recibir esa educación, ten cuidado. Como Frodo y el anillo, poner temporalmente una herramienta institucional en tu mano, incluso si el objetivo que tienes en mente es destruir su poder, es correr el riesgo de ser víctima de su encanto y de sus equivocados principios.

Considera otras formas de utilizar tu acceso a la educación superior. Tal vez podrías coger el dinero que gastarías en la educación y canalizarlo hacia otras personas para quienes la universidad es completamente inaccesible, y que no desean— o simplemente no pueden—interactuar fácilmente con el mundo sin tener un título. En caso de que tus padres apoyen tu análisis o respeten tu divergente punto de vista, pregunta si su dinero podría usarse para financiar ese brillante proyecto que tienes en mente.

Aprender a No Aprender, No Aprender a Aprender

Para pensar seriamente en desescolarizar toda nuestra vida, podemos desarrollar el hábito de poner un signo de interrogación al lado de cualquier discurso sobre las “necesidades educativas” de las personas y la supuesta necesidad de una “preparación para la vida”, reflexionando en cambio sobre el contexto histórico de estas ideas. Cuestionemos no solo la noción de que la escolarización es un medio deseable, sino también que la educación es un fin deseable. La alternativa a la escolarización no es otro tipo de programa educativo, ni la integración de oportunidades educativas en todos los aspectos de la vida, sino una manera de vivir que fomente una actitud diferente hacia las herramientas que tenemos a nuestro alcance.

La función educativa ya está emigrando de las escuelas a otros lugares (¿formación en el trabajo, alguien?) Y, cada vez más, se están instituyendo otras formas de aprendizaje obligatorio en la sociedad moderna. Por supuesto, el aprendizaje en sí no es obligatorio por ley. En cambio, como es típico en la sociedad de consumo, se refuerza sutilmente con otros trucos, como hacer que la gente crea que está aprendiendo algo de los programas de televisión, obligar a la gente a asistir a cursos de formación para empleadxs, o hacer que la gente pague enormes cantidades de dinero para que le enseñen cómo tener mejores relaciones sexuales, cómo ser más sensible, cómo saber más sobre las vitaminas que necesitan, cómo jugar, cómo amamantar, etc.

¿Cómo podrían ser nuestras vidas si actuáramos cada día como personas que acaban de despertar a la vida? ¿Si nos levantáramos de la cama para vivir cada momento según nuestra propia autodeterminación? Comer cuando tuviéramos hambre, aprender a buscar respuestas, no temer la intimidación de lxs superiores, no despreciar a lxs más jóvenes, no experimentar ansiedad o sentimientos de inferioridad con lxs mayores, sufrir raras veces de aburrimiento, no buscar casi nunca la aprobación o las críticas de lxs demás, alimentando así nuestra capacidad de concentración y pensamiento sostenidxs?

El discurso sobre el “aprendizaje permanente” y la “necesidades de aprendizaje” ha contaminado profundamente no solo las escuelas, sino toda nuestra vida. Una vida plena consiste, como siempre, en la paciente y constante búsqueda de la verdad, y en el desarrollo de competencias que son buenas y hermosas por sí mismas, más que aquellas que simplemente pueden asegurarnos un beneficio económico. Una vida plena se desarrolla en la interactuación reflexiva con nuestro entorno, en la conversación, en la hospitalidad. Quien ama este tipo de vida no sacrificará el presente por un futuro eternamente pospuesto.

Guy debord – sur le passage de quelques personnes

 

Esta es una película que compartimos

Estos fotogramas son una especie de eco, una reflexión constante, que nos recuerda el paso ininterrumpido de nuestros días.

Mientras nos encontramos en diferentes lugares, con diferentes personas,
intuimos un tiempo hegemónico que se instala en la forma habitual de la vida cotidiana.

 

Pero comenzamos de nuevo una y otra vez.

¿Estás libre?

Reconsiderando el auto-cuidado

El auto-cuidado se ha convertido en una palabra de moda en los círculos activistas. Sin embargo, hasta hace poco, ha inspirado poca discusión crítica. ¿”Auto” y “Cuidado” siempre significan lo mismo? ¿Qué tal “salud”? ¿Cómo ha sido colonizado este discurso por los valores capitalistas? ¿Y cómo podríamos ampliar nuestra noción de cuidado fuera de los estereotipos comunes?

En este análisis, identificamos las tendencias normativas en la retórica convencional del autocuidado, discutimos cómo deshacer la distribución desigual de la atención en nuestra sociedad y exploramos el poder potencialmente transformador de la enfermedad y el comportamiento autodestructivo.

 


En la década de 1980, mientras luchaba contra el cáncer, Audre Lorde afirmó que cuidar de sí misma era “un acto de guerra política”. Desde entonces, el cuidado personal se ha convertido en una palabra de moda en los círculos activistas. La retórica del autocuidado ha pasado de ser específica a universal, de desafiante a prescriptiva. Cuando hablamos del autocuidado hoy, ¿estamos hablando de lo mismo que Lorde? Es hora de reexaminar este concepto.

Pero ¿qué podría estar mal con el cuidado? ¿Y por qué, de todas las cosas, meterse con el autocuidado?

Por un lado, porque se ha convertido en una vaca sagrada. Es doloroso escuchar a la gente hablar con santidad sobre cualquier cosa, pero especialmente sobre las cosas más importantes. La unanimidad piadosa implica un lado oscuro: en la sombra de cada iglesia, hay una guarida de iniquidad. Crea un otro, trazando una línea tanto a través como entre nosotros.

El auto y el cuidado, en ese orden, son valores universalmente reconocidos en esta sociedad. Cualquiera que respalde el autocuidado está del lado de los ángeles, como dice el dicho – es decir, está en contra de todas las partes de nosotros que no encajan en el sistema de valores prevaleciente. Si deseamos resistir el orden dominante, tenemos que jugar a ser abogado del diablo, buscando lo que está excluido y denigrado.

Cuando un valor se considere universal, encontramos las presiones de la normatividad: por ejemplo, la presión de cumplir con el autocuidado por el bien de los demás, manteniendo las apariencias. Gran parte de lo que hacemos en esta sociedad es mantener la imagen de que somos individuos exitosos y autónomos, sin importar la realidad. En este contexto, la retórica sobre el autocuidado puede enmascarar el silenciamiento y la vigilancia: lidie con sus problemas usted mismo, por favor, para que nadie más tenga que hacerlo.

Asumir que el autocuidado siempre es bueno significa dar por sentado que el auto y el cuidado siempre tienen el mismo significado. Aquí, queremos desafiar la comprensión monolítica y estática de la individualidad y el cuidado. En cambio, proponemos que diferentes tipos de cuidado producen diferentes tipos de yo, y que el cuidado es uno de los campos de batalla en los que se desarrollan las luchas sociales.

No me Digas que me Calme

Aunque los defensores del autocuidado enfatizan que se puede desarrollar de diferentes maneras para cada persona, las sugerencias generalmente suenan sospechosamente similares. Cuando piensas en actividades estereotípicas de “autocuidado”, ¿qué imaginas? ¿Beber té, ver una película, tomar un baño de burbujas, meditar, yoga? Esta selección sugiere una idea muy limitada de lo que es el autocuidado: esencialmente, implica calmarse.

Todas estas actividades están diseñadas para estimular el sistema nervioso parasimpático, que gobierna el descanso y la recuperación. Pero algunas formas de cuidado requieren actividad extenuante y adrenalina, el dominio del sistema nervioso simpático. Una forma de prevenir el trastorno de estrés postraumático, por ejemplo, es permitir que el sistema nervioso simpático tenga suficiente libertad para liberar el trauma del cuerpo. Cuando una persona está sufriendo un ataque de pánico, rara vez ayuda tratar de calmarla. La mejor manera de manejar un ataque de pánico es correr.

Entonces, comencemos con descartar cualquier comprensión normativa de lo que significa cuidar de nosotros mismos. Puede significar encender velas, poner un álbum de Nina Simone y releer The Animal Family de Randall Jarrell. También podría significar BDSM, arte de performance intenso, peleas de artes marciales mixtas, romper las ventanas de un banco, o enfrentar a una persona que abusó de ti. Incluso otras personas lo pueden ver como un trabajo realmente duro, o puede parecer dejar de funcionar por completo. Esto no es solo un tópico posmoderno, sino una cuestión de qué relación establecemos con nuestros desafíos y nuestra angustia.

Cuidar de nosotros mismos no significa pacificarnos. Deberíamos sospechar de cualquier comprensión del autocuidado que identifique el bienestar con la placidez o nos pida que realicemos “salud” para otros. En cambio, ¿Por qué no imaginar una forma de cuidado que nos equiparía para establecer una relación intencional con su lado oscuro, que nos permita sacar fuerzas del remolino del caos interno? Calmarnos podría ser una parte esencial de esto, pero no debemos asumir una dicotomía entre sanarnos e interactuar con los desafíos a nuestro alrededor y dentro de nosotros. Si el cuidado solo sucede cuando nos alejamos de esas luchas, siempre estaremos divididos entre un alejamiento del conflicto insatisfactorio y una adicción al trabajo que no basta. Idealmente, la atención abarcaría y trascendería tanto la lucha como la recuperación, derribando los límites que los dividen.

Este tipo de cuidado no se puede describir en tópicos. No es un elemento conveniente de agregar a la agenda de una organización promedia sin fines de lucro. Exige medidas que interrumpan nuestros roles actuales, lo que nos pone en conflicto con la sociedad en general e incluso con algunas de las personas que profesan estar tratando de cambiarlo.

Por tu respuesta al peligro
Es fácil saber cómo has vivido
Y que te han hecho.
Muestras si quieres seguir con vida,
Si crees que te lo mereces,
Y si crees que sirve
de algo reaccionar.
— Jenny Holzer

El Amor es un Campo de Batalla

Si queremos identificar que vale la pena preservar en el autocuidado, tenemos que empezar con deconstruir el concepto del cuidado. Decir que el cuidado es un bien universal obstruye el rol que juega en perpetuar los peores aspectos del status quo. No existe el cuidado puro, extraído de la vida cotidiana bajo el capitalismo y de la lucha contra él. El cuidado es partidario, represivo o liberador. Hay formas de cuidado que reproducen un orden existente y otras formas que nos permiten luchar contra ese orden. Nosotros queremos que nuestros cuidados nutran la liberación, no la dominación, unir gente con diferentes lógicas y valores.

Desde las tareas del hogar hasta los trabajos domésticos profesionales –sin mencionar la enfermería, la hospitalidad y el sexo virtual– las mujeres y las personas de color son desproporcionadamente responsables de la atención y cuidado que mantiene a esta sociedad en funcionamiento, sin embargo, tienen poca participación en lo que fomenta ese cuidado. Del mismo modo, se dedica una gran cantidad de cuidado a engrasar la maquinaria que mantiene la jerarquía: las familias ayudan a la policía a relajarse después de un largo día, las trabajadoras sexuales ayudan a los empresarios a desahogarse, y las secretarias asumen el trabajo invisible que preserva los matrimonios de los ejecutivos.

Entonces, el problema con el autocuidado no es solo el prefijo individualista. Para algunos de nosotros, centrarse en el cuidado personal en lugar de cuidar a los demás sería una propuesta revolucionaria, aunque casi inimaginable. Mientras tanto, los privilegiados pueden felicitarse mutuamente por sus excelentes prácticas de autocuidado sin reconocer cuánto de su sustento deriva de los demás. Cuando concebimos el autocuidado como una responsabilidad individual, es menos probable que veamos las dimensiones políticas del cuidado.

Algunos han pedido una huelga de cuidado: una resistencia pública y colectiva a las formas en que el capitalismo se ha apoderado del cuidado. En su texto “Una Huelga Muy Cuidadosa”, las militantes españoles Precarias a la Deriva exploran las formas en que el cuidado se ha mercantilizado o se ha vuelto invisible, desde el servicio al cliente en el mercado hasta el cuidado emocional en las familias. Nos desafían a imaginar formas en las que se podría arrebatar el cuidado para que, en vez de mantener nuestra sociedad estratificada, prodigue el fomento de la unión y la revuelta.

Pero tal proyecto depende de quienes ya son más vulnerados en nuestra sociedad. Se necesitaría una gran cantidad de apoyo para que los miembros de la familia, las trabajadoras sexuales y las secretarias se declaren en huelga de cuidado sin sufrir consecuencias terribles.

Entonces, en lugar de promover el autocuidado, podríamos tratar de redirigir y redefinirlo. Para algunos de nosotros, esto significa reconocer cómo nos beneficiamos de los desequilibrios en la distribución actual del cuidado, y cambiar de formas de cuidado que solo se centran en nosotros mismos a otras que apoyen las estructuras que benefician a todos los participantes. ¿Quién está trabajando para que puedas descansar? Para otros, puede ser cuidar más de sí mismos de lo que la sociedad les ha enseñado a creer merecido; aunque es poco realista esperar que alguien emprenda esto de manera individual, como una especie de política de consumo de sí mismo. En lugar de crear comunidades cerradas de cuidado, busquemos formas que sean expansivas, que interrumpan nuestro aislamiento y amenacen nuestras jerarquías.

La retórica del autocuidado se ha apropiado de maneras que pueden reforzar el derecho de los privilegiados, pero una crítica del autocuidado no debe usarse como otra arma contra aquellos que ya son disuadidos de buscar cuidado. En resumen: hay que abrir un espacio donde todos tengan voz, y a veces eso implica tomar un paso atrás y escuchar.

Una lucha que no comprende la importancia de la atención está condenada al fracaso. Las revueltas colectivas más feroces se construyen sobre una base de crianza. Pero reclamar el cuidado no solo significa darnos más cuidado, como otra tarea para agregar a la lista de cosas pendientes por hacer. Significa romper el tratado de paz con nuestros gobernantes, retirar el cuidado de los procesos que reproducen la sociedad en la que vivimos y ponerlo a fines subversivos e insurreccionales.

Más allá de la Autoconservación

“La ’Salud’ es un hecho cultural en el sentido más amplio de la palabra, un hecho que es político, económico y social también, un hecho que está vinculado a un cierto estado de conciencia individual y colectiva. Cada era describe un perfil de salud “normal”.” – Michel Foucault

La mejor manera de vender en un programa normativo es enmarcarlo en términos de salud. ¿Quién no quiere estar sano?

Pero como el “auto” y el “cuidado”, la salud no es solo una cosa. En sí misma, la salud no es intrínsecamente buena, es simplemente la condición que permite que un sistema continúe funcionando. Puedes hablar sobre la salud de una economía o la salud de un ecosistema: estos a menudo tienen una relación inversa. Esto explica por qué algunas personas describen el capitalismo como un cáncer, mientras que otras acusan a los anarquistas de bloques negros (black bloc) de ser el cáncer. Los dos sistemas son letales entre sí; nutrir a uno significa comprometer la salud del otro.

La función represiva de las normas de salud es bastante obvia en el campo profesional de la salud mental. Donde antes se recurría a la drapetomanía y la anarchía para estigmatizar a los esclavos y rebeldes fugitivos, los médicos de hoy diagnostican el trastorno de oposición desafiante. Pero lo mismo ocurre lejos de las instituciones psiquiátricas.

En una sociedad capitalista, no debería sorprendernos que tendemos a medir la salud en términos de productividad. El autocuidado y la adicción al trabajo son dos caras de la misma moneda: consérvate para poder producir más. Esto explicaría por qué la retórica del autocuidado es tan frecuente en el sector sin fines de lucro, donde la presión de competir por financiamiento a menudo obliga a los organizadores a imitar el comportamiento corporativo, incluso si usan una terminología diferente.

Si el autocuidado es solo para aliviar el impacto de una demanda cada vez mayor de productividad, en lugar de un rechazo transformador de esa demanda, es parte del problema, no la solución. Para que el autocuidado sea anticapitalista, tiene que expresar una concepción diferente de la salud.

Esto es especialmente complicado ya que nuestra supervivencia se vuelve cada vez más interrelacionada con el funcionamiento del capitalismo, una condición que algunos han designado con el término biopoder. En esta situación, la forma más fácil de preservar su salud es sobresalir en la competencia capitalista, lo mismo que nos está haciendo tanto daño. “No hay otra píldora que tomar, así que trágate la que te enfermó”.

Para escapar de este círculo vicioso, tenemos que pasar de reproducir un “yo” a producir otro. Esto exige una noción de autocuidado que sea transformadora en lugar de conservadora, que entienda al yo como dinámico en vez de estático. El punto no es evitar el cambio, como en la medicina occidental, sino fomentarlo; En la baraja del Tarot, la muerte representa la metamorfosis.

Desde el punto de vista del capitalismo y el reformismo, cualquier cosa que amenace nuestros roles sociales es poco saludable. Mientras permanezcamos dentro del paradigma anterior, puede que solo los comportamientos considerados poco saludables puedan indicar la salida. Romper con la lógica del sistema que nos ha mantenido vivos exige un cierto abandono imprudente.

Esto puede iluminar la conexión entre el comportamiento aparentemente “autodestructivo y la rebelión, que se remonta mucho antes del punk rock. El lado radical de las asambleas Occupy Oakland, donde estaban todos los fumadores, era conocido cariñosamente como el “bloque de pulmón negro” – ¡el cáncer de Occupy! La energía autodestructiva que lleva a las personas a la adicción y al suicidio también puede permitirles tomar riesgos valientes para cambiar el mundo. Podemos identificar múltiples corrientes dentro del comportamiento autodestructivo; algunos cierran la posibilidad, mientras que otros la abren. Necesitamos un lenguaje para explorar esto, ya que nuestro lenguaje sobre el cuidado personal perpetúa un falso binario: la enfermedad y la autodestrucción, por un lado, y la salud y la lucha por otro.

Porque cuando hablamos de romper con la lógica del sistema, no solo estamos hablando de una decisión valiente que presumiblemente los sujetos sanos toman en el vacío. Incluso aparte del comportamiento “autodestructivo”, muchos de nosotros ya experimentamos enfermedades y discapacidades que nos posicionan fuera de la concepción de salud de esta sociedad. Esto nos obliga a lidiar con la cuestión de la relación entre salud y lucha.

Cuando se trata de la lucha anticapitalista, ¿asociamos también la salud con la productividad, lo que implica que los enfermos no pueden participar de manera efectiva? En cambio, sin afirmar a los enfermos como el sujeto revolucionario como The Icarus Project, podríamos buscar formas de enfrentarnos a la enfermedad que nos saque de nuestro condicionamiento capitalista, interrumpiendo una forma de ser en la cual la autoestima y los lazos sociales se basan en una falta de cuidado para nosotros y para los demás. En lugar de patologizar la enfermedad y la autodestrucción como trastornos a curar por el bien de la eficiencia, podríamos imaginar un nuevo autocuidado, donde estos trastornos nos permiten buscar nuevos valores y posibilidades.

Piense en Virginia Woolf, Frida Kahlo, Voltairine de Cleyre y todas las demás mujeres que tomaron de luchas privadas con la enfermedad, las lesiones, y la depresión para crear expresiones públicas de cuidado insubordinado. ¿Qué tal Friedrich Nietzsche? ¿Fue su mala salud un simple obstáculo que superó con valentía? ¿O fue inextricable de sus ideas y sus luchas, un paso esencial en el camino que lo alejó de la sabiduría convencional para poder descubrir algo más? Para entender su escritura en el contexto de su vida, tenemos que imaginarnos a Nietzsche en una silla de ruedas enfrentando a una línea de policías antidisturbios, no volando por el aire con una S en el pecho.

Tu fragilidad humana no es una falencia lamentable que debes tratar con autocuidado para que puedas volver a la explotación disfrazada de ‘productividad’. La enfermedad, la discapacidad y la improductividad no son anomalías que deben eliminarse; son momentos que ocurren en cada vida, que ofrecen un terreno común en el que podríamos unirnos. Si tomamos en serio estos desafíos y hacemos espacio para enfocarnos en ellos, podrían señalar el camino más allá de la lógica del capitalismo hacia una forma de vida en la que no exista una dicotomía entre el cuidado y la liberación.

 

Charles Fourier – Detalles Distributivos sobre el personal de las Series Apasionadas y Mecanismo Apasionado de la Gastronomía Combinada


Detalles Distributivos sobre el personal de las Series Apasionadas

Damos el nombre de grupo a una asamblea cualquiera, incluso a
una aglomeración de curiosos reunidos por aburrimiento, sin pasión y
sin objeto; cabezas vacías, individuos ocupados en matar el tiempo, en
aguardar noticias. En la teoría de las pasiones, se entiende por grupo
una masa ligada entre si por identidad de gusto para el ejercicio de una
actividad. Tres hombres van a cenar juntos: les sirven una sopa que les
gusta a dos y desagrada al tercero; en este momento no forman un
grupo, porque son discordantes en cuanto a la actividad que los ocupa.
No existe entre ellos identidad de gusto apasionado por la sopa servida.
Los dos a quienes agrada el plato forman un grupo falso. Para ser
justo y susceptible de equilibrio pasional, un grupo debe elevarse a tres
por lo menos, estar dispuesto como la máquina llamada balanza, que se
compone de tres fuerzas, la media de las cuales mantiene el equilibrio
entre las dos extremas. En suma, no existe grupo con menos de tres
personas homogéneas en gusto sobre la función ejercida.
Se diría: “Estos tres hombre, aunque discordantes sobre una
trivialidad que es la sopa, están de acuerdo sobre el objeto esencial de
la reunión, sobre la amistad; son íntimos.”
En este caso, el grupo es defectuoso, porque es simple, está reducido a un vínculo del alma. Para elevarlo al compuesto, hay que
agregar un vínculo sensual, una sopa que les guste a los tres.
“Bah! Si no están de acuerdo en cuanto a la sopa, lo estarán sobre
otros manjares. Por lo demás, este grupo tiene realmente dos vínculos;
además del vìnculo de amistad, estos tres hombres tienen el de la
ambición, de liga cabalística; se reúnen a cenar para concertar una
intriga política: he aquí, pues, el doble vínculo compuesto que se nos
exige.”
No es éste sino un vínculo compuesto bastardo, formulado por dos
vínculos del alma; el compuesto puro exige una mezcla de placeres del
alma y de los sentidos, debe estar exento de disidencia: ahora bien, aquí
la comida comienza por una disidencia sobre la sopa, y el grupo está
falseado a pesar del doble vínculo.
Sería mucho peor si pasáramos al pan y al vino. Los comensales A,
B, C tendrán en cuanto al pan unos gustos muy opuestos, una
divergencia absoluta; por ejemplo, sobre el grado de sal: A quiere el pan
muy salado, B lo prefiere semisalado, C lo pide poco salado. Sin
embargo, no les sirven más que una clase de pan, según el uso
civilizado. Se necesitarían por lo menos nueve clases; a saber: tres
grados en cuanto a salazón, tres en cuanto a la levadura, tres en cuanto a
cocción; y todavía sería preciso que estas nueve variedades de
preparación se diferenciaran en tres clases de harinas; una harina
acidulada, cultivada en terreno pedregoso, una harina media, y una
grasa, como la sémola de Chartes. En total, veintisiete clases de pan
para dar a un grupo de tres hombres una comida armónica, un servicio
concordante con las pasiones de la atracción. Se debe establecer
semejante escala de variedades en cuanto al vino, la sopa, y la mayoría
de los alimentos que figuran en el festín.
“¡Ay! Si se necesitan tantos refinamientos en vuestro nuevo
mundo industrial, para dar una cena a tres personas, jamás se los
podrá contentar, y todavía menos se satisfará a los ochocientos
millones de habitantes que amueblan el globo.”
Error: la teoría de las Series apasionadas proporciona el medio de
satisfacer, en detalle, todas esas fantasías, y cien mil otras que creará el
régimen societario. Por eso he dicho que un monarca civilizado se
considerará mucho menos dichoso que el menor de los armonianos,
pueblos societarios. Un niño de siete años, criado en la Armonía, se
burlaría de nuestros sibaritas actuales; sabría demostrarles que a cada
minuto cometen faltas groseras contra el refinamiento de los placeres sensuales y afectuosos. Sin esta nueva ciencia de desarrollo y
refinamiento de las pasiones no se lograría formar series bien
metódicas, aptas para cumplir las tres condiciones ya mencionadas.
Y como las Series apasionadas no se componen más que de grupos,
es preciso, ante todo, aprender a formar los grupos.
“¡Ah! ¡Ah! ¡Los grupos! Tema curioso éste de los grupos. ¡Debe ser
divertido eso de los grupos!”
Así razonan los ingeniosos cuando se habla de grupos: se requiere
ante todo, aguantar de ellos una andanada de equívocos insulsos; pero
que el tema sea o no curioso, lo cierto es que no se conoce nada de los
grupos, y que ni siquiera se sabe formar un grupo regular de tres
personas y menos todavía de treinta.
Sin embargo, tenemos numerosos tratados acerca del estudio del
hombre: ¿qué nociones pueden darnos sobre este tema, si descuidan la
parte elemental, como es el análisis de los grupos? Todas nuestras
relaciones no tienden sino a formar unos grupos, y éstos no han sido
jamás objeto de ningún estudio.
Los civilizados, con el instinto que tienen de lo falso, e inclinados
como lo están a preferir siempre lo falso a lo verdadero, han elegido
igualmente como pivote de su sistema social un grupo esencialmente
falso, la pareja conyugal, grupo falso por su número limitado a dos, falso
por la ausencia de libertad, y falso por las divergencias o disidencias de
gustos, que surgen desde el primer día sobre los gastos, los alimentos,
las relaciones, y sobre cien detalles menudos, como el grado de calor de
las habitaciones. Ahora bien, si no se sabe armonizar los grupos
primordiales, de dos o tres personas, menos todavía se sabrá armonizar
al conjunto.

Mecanismo Apasionado
de la Gastronomía Combinada

 

 

Son pocos los goces materiales que les anuncio, pues no basta con
que el más pobre de ustedes tenga una mesa mejor servida y mejor
rociada que la del más opulento de los reyes; ese bienestar, por real que
lo sea, no les aseguraría todavía más que la mitad de los placeres de la
mesa; si la buena comida es su base, una condición no menos esencial es
la amalgama juiciosa de los comensales, el arte de variar y surtir las
compañías, de hacerlas cada día mas interesantes con encuentros
imprevistos y deliciosos, y de asegurar incluso a los más pobres los
placeres del alma, tan incompatibles con sus tristes hábitos de la vida
conyugal y doméstica.
En este punto, su civilización resulta completamente ridícula; sus
costosas reuniones, sus banquetes más celebres están tan mal
combinados, tan extrañamente compuestos, que todos perecerían de
aburrimiento si no hubiese el recurso del festín, que por ello se
convierte en un placer de patanes o gente grosera, y quizás aún menos;
pues los patanes son joviales y retozones en sus tabernas; en ellas
encuentran a la vez los placeres del espíritu y de los sentidos, mientras
que en sus salones se bosteza durante la hora mortal en la que se espera
la cena. Y esa cena, ¿no se paga muy cara por el aburrimiento de tener
que mantener discusiones letárgicas sobre la lluvia y el buen tiempo,
sobre la querida salud de los parientes y amigos, los progresos de los
hijos tan dignos de sus virtuosos padres, el buen carácter de las
señoritas, el buen corazón de las tías y los tiernos sentimientos de la
tierna naturaleza?: qué diluvio de insulseces y de necedades en estas reuniones civilizadas, preparadas, sin embargo, costosamente y elevadas
por un festín dispendioso; festín tan molesto para los invitados como
para la señora de la casa que tiene el apuro de dirigirlo y prepararlo.
Cómo es posible que los civilizados se atrevan a pretender cierta fama
gastronómica, cuando son una absoluta nulidad en el arte de formar
reuniones excitantes y variadas, lo que, por otra parte, es la otra mitad
del placer de la mesa.
Parece ser que sobre este punto los reyes todavía están más
desamparados que el populacho; reducidos a comer en familia, aislados
como ermitaños y serios como mochuelos durante toda la comida, nos
demuestran que, en la mesa como en otras cuestiones, los goces del más
poderoso de los reyes son muy inferiores a los que hallará en el más
pobre de los súbditos en el orden combinado. Incluso ese soberano debe
estimarse feliz si en el aislamiento y la tristeza que presiden sus
comidas, puede desechar la sospecha de envenenamiento que le
amenaza sin cesar.
¡Oh, vanidad de los goces de la civilización!

El bello infierno (2004)

 

El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el que habitamos todos los días, el que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y darle espacio.
Italo Calvino, Las ciudades invisibles
Todo lo que tenga algo que ver con la estética nos es irreductiblemente hostil. Nosotros no decimos enemigo, nosotros decimos: hostil. “El enemigo es nuestra propia cuestión, asumiendo una figura”, ha escrito alguien. Para nosotros no existe cuestión estética alguna. Cuando un hipster cualquiera publica una novela donde jura “volver a poner el comunismo a la moda”, nosotros percibimos con toda exactitud la operación que intenta en contra nuestra. Y encomendamos el libro a las llamas, sin remordimientos. La necedad, aquí, sería justamente querer comprender, cuando sólo cabe destruir.
Si la estética sólo fuera la ciencia de lo bello, o la del gusto, o incluso “un cierto régimen de inteligibilidad de las artes” —ese momento en que, hacia finales del siglo XVIII, se dejó de hablar de las bellas artes, de las artes liberales y las artes mecánicas, para hablar “del arte”, sector especial de la existencia, celosamente distinto de la vida ordinaria—, no habría salones de belleza en la esquina de la calle, ni punk attitude, ni siquiera una “zona de gratuidad” en las galerías de los artistas. Y ciertamente tampoco se fantasearía con transformar a los últimos campesinos en agentes de limpieza de los paisajes. Hay menos estética en toda la historia del arte de Warburg que en una hora de la vida de un publicista. Estética es, en toda su extensión, la existencia metropolitana y, en su fondo, la nueva sociedad “imperial”. La estética es la forma que toma la fusión aparente, en la metrópoli, del capital y la vida. Así como la valorización encuentra ahora su ultima ratio en el hecho de que una cosa o un ser gustan, así el poder, que ya no logra justificar sus maniobras con cualquier forma de referencia a la verdad o a la justicia, recubre la más absoluta libertad de acción desde el momento en que se desplaza debajo de la máscara de la estética. Un nietzscheano para ejecutivos escribía hace algunos años: “El paradigma estético es el ángulo de ataque que permite dar cuenta de una constelación de acciones, sentimientos y ambientes específicos del espíritu del tiempo posmoderno.” A lo que seguía un elogio de la sociabilidad en el bar hipster, de todo esa convivialidad cibernética, de toda esa superficialidad rentable, de los amores gélidos que tanto atraen a los corazones metropolitanos. Estética, por tanto, es la neutralización imperial dondequiera que uno no pueda recurrir directamente a la policía.
¿Comprender la estética? Sólo hay comprensión a base de empatía; y nuestra empatía no se dirige hacia lo que nos perjudica ¿Es que acaso intentamos comprender a la policía? No. Saber cómo funciona, cómo procede, hasta dónde llega, de qué medios dispone y cómo destruirla, sí, pero no comprenderla. Todo el trabajo de la metafísica, toda la obra de la civilización, en Occidente, ha consistido en separar, en todas las ocasiones, lo “humano” de lo “no-humano”, la “consciencia” del “mundo”, el “saber” del “poder”, el “trabajo” de la “existencia”, la “forma” del “contenido”, el “arte” de la “vida”, el “ser” de sus “determinaciones”, la “contemplación” de la “acción”, etc. (ponemos comillas ya que ninguna de estas cosas existe como tal antes de que se la haya disociado de su contrario, y con ello, producido como tal). Una vez operada esta separación y producida cada una de esas unilateralidades, será vista en cada ocasión una institución con la tarea confiada de mantenerlas en su separación. Así por ejemplo, la institución museística y su cómplice, la crítica de arte, garantiza por un lado la existencia del arte en cuanto arte, y por el otro la existencia del mundo prosaico en cuanto mundo prosaico. A esto se sigue, en cualquier lugar, una cierta desolación. La estética acaece entonces como proyecto para animar esta desolación, para reunificar todo aquello que Occidente había separado, pero para reunificarlo exteriormente, en cuanto separado. Así pues, la época que la estética inaugura es en el fondo la época de la crisis de todas las instituciones; pero si los muros de los museos caen ahora igual que los de la escuela, de las empresas, de los hospitales, e incluso los muros de la propia individualidad burguesa, es para poner cada espacio bajo el control especial de un dispositivo, es decir: para incorporar el dispositivo en cada ser, a tal grado que estemos atravesados por aquello que atravesamos. A partir de aquí se dejara de distinguir entre la existencia y el trabajo, y cada persona llevará consigo un teléfono móvil en cuya agenda se perderá la distinción entre amigos y colegas hasta el punto de poder ser localizado a cualquier hora del día. Dejará de haber vidas consagradas exclusivamente a la contemplación o a la pura acción, no habrá clérigos ni jefes militares, sino que la reflexividad dominará cada segundo de la existencia, y nadie llevará a cabo una acción sin hacerse al mismo tiempo un espectador de sus propios actos. Al final de todo, nadie hará ya el amor sin tener en todo instante consciencia de hacer el amor, transformando el arte erótico en universal pornografía. Ya no habrá patrón ni esclavo, sino que cada persona será su propio patrón y llevará grabadas en su corazón las leyes de la autovalorización: cada persona llegará a ser para sí misma una pequeña empresa.
Aquí, el imperio es producto del terror policial, allá, de la síntesis estética. Por todas partes la continuación y profundización del desastre occidental adoptan la forma de su subversión. Por todas partes se pretende hacer reparaciones para llevar el abismo más adelante. Por todas partes se destruye sin remedio bajo el pretexto de una reconstitución.
La estética o la revolución
El hecho de que la estética haya recibido como misión reconciliar lo que Occidente se habría empeñado constantemente en dividir por completo es algo que se remonta a su nacimiento oficial, en el sistema kantiano. La Crítica del juicio de 1788 confía a lo bello y al arte la tarea cuidadosa de conciliar lo infinito de la libertad moral y la estricta causalidad que rige la naturaleza, de colmar el “inconmensurable abismo” que separa antes que nada la Crítica de la razón pura y la Crítica de la razón práctica. Harán falta seis años, después de esto, para que la estética fuera reelaborada por Schiller como programa contrarrevolucionario, como respuesta explícita a las tendencias comunistas, insurreccionales, de la Revolución Francesa. Esa obra maestra de la reacción occidental se llama Cartas sobre la educación estética del hombre y aparece en 1794. El razonamiento es el siguiente: en el hombre existen dos instintos antagonistas, por un lado el instinto sensible que lo ancla en la particularidad, las necesidades vitales, los sentimientos, en pocas palabras, la determinación, y por el otro el instinto razonable, formal, que mediante la reflexión lo arranca de la particularidad, de los afectos, y lo eleva a las verdades universales. Esos dos instintos están en lucha en todas partes, de tal modo que lo que uno posee es siempre arrebatado al otro, en todas partes salvo en un punto de armonía donde se reúnen y se refuerzan mutuamente. Ese punto de conciliación milagrosa, de gracia soberana, es el estado estético, y el instinto que le corresponde es el instinto de juego. “Por lo tanto, una de las tareas más importantes de la cultura consiste en someter al hombre, ya durante su vida meramente física, a la forma, y en hacerlo tan estético como le sea posible al imperio de la belleza […] En resumen, para volver razonable al hombre sensible, el único camino a seguir es empezar por hacer de él un hombre estético […] Al hombre sensible hay que transferirlo bajo otro cielo […] En el estado estético, todos, incluso el peón que sólo es un instrumento, son ciudadanos libres, con los mismos derechos que el más noble, y el entendimiento, que somete brutalmente a sus designios a la masa resignada, debe contar aquí con su asentimiento. Aquí, en el reino de la apariencia estética, el ideal de igualdad tiene una existencia efectiva.” Esa igualdad es sin duda el ideal de neutralización imperial, en el cual, mientras cada uno simula y finge hacer lo que hace, ser lo que es —el obrero, el patrón, el ministro, el artista, el varón, la hembra, la madre, el amante—, sin que nadie se adhiera nunca a su propia facticidad, todo conflicto es desactivado de antemano. “Yo no soy, en realidad, quien tú crees que soy, ¿sabes?”, susurra la criatura metropolitana mientras se deconstruye en tu cama. Pero de hecho, es el idealismo alemán en su conjunto quien extrae de esas Cartas su operación más propia. La Fenomenología del espíritu, que no por nada termina con dos versos de Schiller, no cesa en ningún momento de denunciar el carácter insustancial de toda determinación, la mentira de la certeza sensible. Ya que el problema con el hombre sensible es que no se deja formar, que resiste al discurso, que levanta barricadas y toma incluso a veces las armas sin que se le pueda hacer entrar en razón, que tiene, en suma, una fuerte propensión a la irreductibilidad. Y después está ese manifiesto anónimo, alternativamente atribuido a Schelling, Hegel y Hölderlin, conocido con el nombre de El programa sistemático más antiguo del idealismo alemán. En él se lee: “La filosofía del espíritu es una filosofía estética. No se puede poseer espíritu alguno, ni siquiera para razonar sobre la historia, sin poseer sentido estético. […] Al mismo tiempo vuelve la idea de que la gran masa debería tener una religión sensible. […] ¡Reinarán entonces la libertad y la igualdad universal de los espíritus! Un espíritu superior, enviado del cielo, debe fundar entre nosotros esta nueva religión, que será la última, la máxima obra de la humanidad.” Esta religión nueva, esta religión sensible, ha encontrado su cumplimiento en toda esta época del design, del urbanismo, de la biopolítica y de la propaganda, religión que no es otra cosa que el capital, en su fase imperial.
Donde la estética pretende reunir aquello que ella esencialmente separa, el gesto mesiánico1 consiste en asumir la unión que está ahí
Éste es un espectáculo que, desde hace un siglo, no deja de ser hilarante: la parálisis crónica de aquellos que pretenden “superar la separación entre el arte y la vida”, los mismos que, en un mismo gesto, establecen la separación y la pretenden abolir. La operación estética domina la época como el movimiento doble, dúplice, de reunirlo todo para ponerlo todo a distancia. En ese sentido, se trata ciertamente del momento de la recapitulación final en la parodia, esa “recolección del recuerdo” de la que habla Hegel a propósito del saber absoluto, donde todo queda archivado. Así, no sólo es el conjunto de los acontecimientos “del pasado”, toda la “historia de las civilizaciones” y de las “culturas”, los que son así desactivados, sino también las tentativas actuales para abrir una brecha en el curso del tiempo o el propio acontecimiento ocurrido ayer, los que son aprehendidos como ya pasados, los que son arrojados a lo simplemente posible. Ese famoso “presente perpetuo” que nos repiten tanto a los oídos no es más que un arresto domiciliario en el mañana. El infierno estético en el que nos movemos se presenta así: todo lo que podría animarnos se encuentra reunido ahí, a distancia de la vista pero decididamente fuera de contacto. Todo lo que nos hace falta queda retenido en unos limbos inaccesibles. El estado estético, de Schiller a Lille2004, da nombre a ese estado de suspensión donde toda “la vida” parece desenvolverse, con toda su exuberancia posible, con toda su plenitud imaginable, a distancia, protegida por un no man’s land salvajemente defendido. Nada materializa mejor la operación estética que el triunfo de la instalación en el arte contemporáneo. Aquí, es el dispositivo mismo el que se convierte en obra de arte. Quedamos absolutamente incluidos en ella, tal como lo habían soñado tantas vanguardias, y al mismo tiempo absolutamente despedidos, excluidos de cualquier uso posible en su interior. Mediante un mismo movimiento diabólico, somos integrados en cuanto extranjeros en ese pequeño infierno portátil. No se denomina a esto estética relacional sin una buena razón.
Contra toda estética, Warburg quiso mostrar que incluso en la imagen, en las representaciones más antropomórficas del arte occidental, estaban contenidos unos puntos de irreductibilidad, unas tensiones extremas, unas energías que la obra a la vez retiene e invoca, que hay “vida en movimiento” incluso en la inmovilidad de las estatuas del Renacimiento. Y que esas fuerzas, esas “fórmulas del pathos”, no sólo son susceptibles de tocarnos, sino que incluso nos afectan. Benjamin anota de manera similar: “Los elementos actualmente mesiánicos aparecen en la obra de arte como contenido, los elementos retrógrados como su forma. El contenido avanza hacia nosotros. La forma se fija, nos impide acercarnos.” Nosotros decimos que existen en todas partes, en lo real mismo, en las propias palabras, en los propios cuerpos, en los propios sonidos, las imágenes y los gestos, semejantes puntos de irreductibilidad donde las formas y la vida, el hombre y su mundo, la percepción y la acción, el ser y sus determinaciones, no se hallanseparados. Marx, por ejemplo, es el nombre de una cierta irreductibilidad entre comunismo y revolución. Por doquier, las palabras están mezcladas con afectos, los cuerpos con ideas, las percepciones con gestos. El modo de hablar de los hombres se entrelaza en un punto fácilmente detectable con la gramática de sus órganos. El sentido que ciertas palabras revisten para él proporciona las mejores indicaciones sobre su fisiología. Si lo dudas te bastará con ver lo que los haukas filmados por Jean Rouch hacen con las intensidades cautivas en el decorum colonial. Nosotros llamamos a esos puntos formas-de-vida. Los llamamos así porque nada puede desenredar, en esos puntos, lo “individual” de la “especie”. Cada forma-de-vida que afecta a un cuerpo, lo atraviesa como cargada de una intensidad colectiva, pasada, presente o futura, como saturada de un momento de la “vida de la especie” (“especie”, ¡qué término tan repugnante!). Si el artesano puede ser una forma-de-vida, jamás lo es, en el fondo, sin una sorda evocación de la ciudad medieval y el sistema de gremios. Esa intensidad colectiva se encuentra presente tanto en la percepción misma que yo tengo del artesano como en el modo que tiene de estar en el mundo. Del mismo modo, el guerrero autónomo no aparece jamás sin hacer llevar consigo las andanzas de tantas hordas salvajes. Y ningún niño juega a los indios sin algún tipo de amenaza. No es que ese pasado los aliente, es que una misma forma-de-vida los reúne en una constelación, los nimba, transita por ellos. Del mismo modo, cualquier cristiano capta un poco de la intensidad del compartir de tantas sectas judías que vivieron hace dos mil años, empezando por los esenios, y cada jovencita neutraliza a su manera a alguna ménade griega. Todo lo cual hace que no se trate, aquí, de una cuestión de historia, puesto que existen canales de circulación sutil que vuelven todavía presente, aunque por fragmentos, por concentrados flotantes, el susodicho “pasado”. El gesto mesiánico consiste en abrir paso a estas formas-de-vida que afloran incluso en el lenguaje más insólito, en el ambiente más semiotizado, en las miradas más apagadas. Consiste en liberar de la estética el caos de las formas-de-vida.
Paradójicamente, el reino de la estética es en primer lugar el reino de la anestesia general. La época imperial es así la muy metódica conjuración de lo mesiánico. Es el tiempo de la cita, de la referencia, de la prudencia existencial. Todas las formas-de-vida son mantenidas en ella a raya: son posibilidades, arte, historia, pasado. Algunas subjetividades se maquillan como tal o cual figura trasnochada. Se hace alarde de mundos enterrados para asustarse con el momento en que amenazan con volver. Uno se pone a vivir “como en los tiempos de Mahoma”. Otro como en los tiempos de los Templarios. Hay estética tanto en la relación del trotskismo con lo político como hay esnobismo en la relación que establece la ultraizquierda con los años 20. En general, la panoplia de subjetividades metropolitanas da la justa medida de aquello de lo que el esnobismo es capaz. En lugar de abrir el paso a las formas-de-vida, el esnob reitera una y otra vez la operación estética de encarnar la forma que previamente arrancó a lo que vivía. “Lo cual quiere decir que al mismo tiempo que habla en adelante de un modo adecuado de todo lo que le es dado, el hombre poshistórico tiene que continuar despegando las ‘formas’ de sus ‘contenidos’, no para trans-formar activamente estos últimos, sino con el fin de oponerse uno mismo como una ‘forma’ pura a sí mismo y a los otros, tomados como cualquier tipo de ‘contenidos’.” Es así como Kojève describe la hipótesis de un fin de la historia esnob, a la japonesa, de un fin de la historia estético. “La consciencia estética —confirma el pobre Vattimo— no elige; se limita a liberar el objeto que toma en consideración de todo lo que lo religa al mundo real, en cuanto mundo del saber y de la decisión, transfiriéndolo a la esfera de la pura apariencia.” (Ética de la interpretación) La estética es el tiempo de la síntesis infernal. El tiempo de la sociabilidad2. El reino de los espectros.
El imperio como religión sensible
Una etimología falaz hace derivar la palabra religión del latín religare (religar), insinuando que la religión tendría por vocación religar a los hombres entre ellos y a éstos a lo divino, y no de relegere (recoger, recolectar en el sentido de “volver sobre lo que uno ha hecho, recaptar por el pensamiento o la reflexión, redoblar la atención y diligencia”), tal como sucede en cualquier ritual, en el cual las formas deben ser escrupulosamente repetidas. Toda religión, haciendo existir una esfera especial de lo sagrado, se erige como guardiana de su separación con respecto al “mundo sensible”. Es decir que produce el mundo sensible en cuanto mundo sensible. El hecho de que termine persiguiendo todo lo que, tanto fuera de ella como en ella, se mantiene en la inseparación entre “sensible” y “suprasensible” —mago, brujo, místico, mesías o convulsionario—, se desprende lógicamente de su definición. Así puede comprenderse mejor el malestar que se apoderó de la totalidad del mundo profano con la “muerte de Dios”. Desertado el lugar de lo divino, el mundo profano se descubría como no siendo tampoco profano. Incluso la dulce inmersión en la inmanencia se perdía con ello. ¿Qué hacer? El proyecto estético responde históricamente a esa situación; y en primera línea el idealismo alemán. Lo atestigua ese extraño fragmento de Hölderlin titulado Communismus der Geister (“Comunismo de los espíritus”). Extraño en primer lugar por su título: Communismus está escrito con una C, es decir, a la francesa en una época (1798) donde los propios babouvistas apenas se atreven a llamarse “comunotistas”. Extraño, después, por el nombre de su primer párrafo: “Disposición”. En él leemos: “Es que justamente nosotros partimos del principio diametralmente opuesto, es decir, de la universalidad de la incredulidad, para justificar su necesidad en nuestro tiempo. Esta incredulidad es parte integrante de la crítica científica de nuestra época, la cual anuncia y precede a la especulación positiva; no sirve de nada lamentarse de ello: lo que hace falta es poner un remedio.” La incredulidad de la que se trata aquí no es, en el fondo, la incredulidad en tal o cual religión, ni en Dios mismo. La incredulidad de la que se trata aquí —nuestros contemporáneos nos lo demuestran cada día, ellos que son capaces de vivir su propia destrucción como un goce estético de primer orden, ellos que se imaginan en una película cuando se aproxima un tsunami— es, ni más ni menos, la incapacidad de creer en lo que tenemos ante los ojos, en el propio mundo sensible. Esa especie de incredulidad demacrada que se lee en tantos ojos, en tantos gestos, ese estado de ausencia irresuelta, esa crisis de la presencia, es precisamente aquello a lo que el proyecto estético, el imperio y sus dispositivos tienen por tarea remediar.
Bajo el imperio, pues, el design y el urbanismo inscriben en las cosas mismas una unidad del mundo que ha llegado a hacerse problemática. Modelan el completamente nuevo “mundo sensible”. Los mass media inventan propensamente el lenguaje común del día. Los distintos “medios de comunicación” ponen a disposición, en cualquier momento, el conjunto de aquellos que siempre-ya hemos abandonado, y que seguimos llamando, absurdamente, “nuestros prójimos”. Finalmente, la cultura y los espectáculos nos garantizan la existencia de aquello que podríamos vivir y pensar, y que ya no hacemos otra cosa que entrever. Así es como localmente, cerebro por cerebro, hogar por hogar, barrio por barrio, se agencia la metrópoli imperial, se reconstruye un universo aparentemente estabilizado, creíble, consensual, una aisthesis: una común percepción del mundo. El imperio es esa planetaria fábrica de lo sensible. Y del mismo modo en que la religión pretendía unir a los hombres con lo divino cuando en realidad los mantenía separados, la religión sensible del imperio, que pretende recomponer la unidad del mundo desde su base, desde lo local, no hace más que fijar en cada lugar y en cada ser una nueva separación: la separación entre el usuario y el dispositivo. La estética se impone así a escala global como imposibilidad de cualquier uso. El folleto de una reciente exposición en Burdeos anunciaba, guiñando el ojo: “Lo que te venden en el supermercado, los artistas lo transforman en obras de arte.” Vemos cómo la estética consigue por sí sola cumplir la imposibilidad de uso contenida en toda mercancía, consigue convertirla, detrás de una vitrina o en el corazón de una instalación, en un puro valor de exposición. En última instancia, el programa estético apunta a extender esta escisión en el hombre mismo, a incorporarle el dispositivo, a hacer de él el usuario de sí mismo. Se comprende perfectamente de qué modo la disposición biopolítica a aprehenderse como cuerpo, o aquella otra, espectacular, a contemplarse como imagen, conspiran para hacer de nosotros los usuarios de nosotros mismos. Conspiran para hacer de nosotros unos sujetos estéticos.
Comunismo3 y magia
El ejecutivo solitario gritándole al auricular de su teléfono móvil. El representante de ventas enganchado a su maletín. El automovilista maldiciendo al volante de su vehículo. El raver ultraarreglado arriba de su dance-floor tecno. El vendedor de tienda hipster con su slang incomprensible empresarial. Nuestros contemporáneos dan la sensación de estar embrujados. Los izquierdistas del mundo entero pueden aspirar a abrirles los ojos a propósito de la extensión de la catástrofe, es algo más que extendido desde hace más de setenta años: no sirve de nada concientizar un mundo ya enfermo de consciencia. Pues este embrujo no es el producto de una superstición o de una ilusión que bastaría con echar abajo, es un embrujo práctico: es su sujetamiento a los dispositivos, el hecho de que es solamente acoplados a tal o cual dispositivo que se experimentan como sujetos. Artaud tenía razón cuando escribía, en enero de 1947, que “mucho más que por su ejército, su administración, sus instituciones o su policía, la sociedad se sostiene por medio de hechizos”.
En cada uso reside una posible salida del embrujamiento. Porque cada uso libera las formas-de-vida contenidas en las cosas, en las palabras, en las imágenes. En el uso se establece una curiosa circulación entre “sujeto” y “objeto”, entre “especies”. El gesto cortocircuita la consciencia, abole temporalmente la distancia entre el yo y el mundo, apela por otras distancias. La mirada nos incorpora los movimientos y las formas percibidos. Algo sucede en nosotros y fuera de nosotros. “La coincidencia de la transformación del medio y de la actividad humana o de la transformación del hombre por sí mismo, no puede ser captada y comprendida racionalmente más que como praxis revolucionaria”, dicen las Tesis sobre Feuerbach, pero puede ser captada y comprendida mágicamente como uso, por lo menos “si la magia es una comunicación constante del interior con el exterior, del acto con el pensamiento, de la cosa con la palabra, de la materia con el espíritu.” (Artaud) El hecho de que la materia esté animada por innumerables formas-de-vida, de que esté poblada por polarizaciones íntimas, es algo que el propio Marx no ignoraba, por ejemplo cuando escribe en La sagrada familia: “Entre todas las cualidades inherentes a la materia, el movimiento es sin duda la primera y la más significativa, no sólo como movimiento mecánico y matemático, sino más aún como pulsión, dinamismo, como tormento de la materia, para emplear un término de Jakob Böhme. Las formas primitivas de estos últimos son fuerzas esenciales, vivas, individualizantes, que producen las diferencias específicas.” A estas “formas primitivas” nosotros las hemos denominado formas-de-vida. Nos afectan, queramos o no, a través de todo aquello a lo que nos vinculamos, a través de todo aquello a lo que estamosvinculados. Nos cuesta mucho admitir que estamos vinculados, porque estamos poseídos por una idea estética de la libertad. Una idea de la libertad como desapego, como indeterminación, como sustracción de toda determinación. “Esta disposición intermediaria donde el alma no está determinada física ni moralmente y donde sin embargo está activa de ambas formas, merece particularmente el nombre de disposición libre, y si se denomina físico al estado de determinación sensible, y lógico y moral al estado de determinación razonable, se dará a ese estado de determinabilidad real y activa el nombre de estado estético. […] No cabe duda de que el hombre posee virtualmente esta humanidad antes de cada uno de los estados determinados por los que puede pasar; pero la pierde efectivamente con cada uno de los estados determinados por los que pasa, y hace falta, para que pueda llegar a un estado contrario, que ésta le sea siempre devuelta por la vía estética.” (Schiller, Cartas…) Esta idea de la libertad es la libertad del manager, que recorre el mundo de hotel de lujo en hotel de lujo, la del científico (sociólogo o físico, qué importa) que nunca está en ninguna parte del mundo que describe, la del anarquista metropolitano que desea poder hacer lo que quiera cuando quiera, la del intelectual que juzga soberanamente sobre cualquier cosa desde su oficina o la del artista contemporáneo que hace de su vida entera una “obra de arte” y para quien el único imperativo es “invéntate, prodúcete a ti mismo”, como dice el infecto Bourriaud. A esta idea estética de la libertad nosotros oponemos la evidencia materialista de las formas-de-vida. Decimos que los seres humanos no están simplemente determinados, en el sentido en que habría por un lado el ser en cuanto tal, puro de toda determinación, que vendría a vestir el conjunto de sus atributos, de sus predicados y de sus accidentes (francés, varón, hijo de obrero, jugador de fútbol, con dolor de cabeza, etc.). Lo que en realidad hay es la manera en que cada ser habita sus determinaciones. Y en ese punto, la determinación y el ser son absolutamente indistintos, y son forma-de-vida. Nosotros decimos que la libertad no consiste en la extracción de todas nuestras determinaciones, sino en la elaboración de la manera en que habitamos tal o cual determinación. Que no reside en el franqueamiento de todos los vínculos, sino en el aprendizaje del arte de vincular y desvincular. El hecho de que ese arte haya sido tildado de mágico durante mucho tiempo no nos produce ningún embarazo. Y asumimos su escándalo: el de admitir la amenaza, en nosotros, fuera de nosotros, en todas partes, de la crisis de la presencia. Decimos incluso que si hay una igualdad efectiva entre los humanos ésta se da justamente ante esa amenaza. Lo cual hace de Kafka un gran comunista. Preferimos esto mil veces a esta paradoja demasiado conocida: cuanto más se toma uno por un individuo, más se le ve reproduciendo las estructuras de comportamiento más estúpidamente propias de la “especie”, cuanto más se toma uno por un sujeto, más se le ve abandonarse, cada cierto tiempo, a las inclinaciones más tristemente conformes. Observamos que, actualmente, desde sus limbos, las formas-de-vida permanecen en el más temible caos. Que es el sentimiento de ese caos, así como el apego de nuestros contemporáneos a esa estúpida idea de la libertad, lo que los arroja a las redes de los dispositivos. Pero también observamos la potencia de la que disponen aquellos que han aprendido el arte de vincular y desvincular. Y nos imaginamos la fuerza terrible que tienen en sus manos aquellos que elaboran colectivamente el juego de las formas-de-vida que les afectan. Y no tememos llamar comunismo al compartir, en todo lugar, de dicha fuerza. Porque entonces los humanos alcanzan la madurez, y tienen en sus gestos la soberanía del niño.
“Tal vez el hombre de la edad de piedra dibujaba el alce de manera tan incomparable porque la mano que manejaba la punta aún recordaba el arco con el cual había abatido al animal.”
El mana se fuga, reinventemos la magia.

* Del prólogo de La fête est finie, de donde se extrae este escrito: “La cultura es el sector de actividad especializada que llega incluso a inventarse capitales, evidentemente artificiales, cuyo territorio está por todas partes, y en ninguna parte, deshabitado. Podríamos reírnos de esto. Con Lille2004 tan sólo hemos sido testigos de una realidad que pretende ser simplemente ilusión, de un pasado que pretende ser simplemente porvenir. Una mentira. Hemos sido sencillamente testigos de una ciudad que se desarma, pacifica y vende. El espectáculo de una rendición incluso antes del desencadenamiento de la batalla. Pero incluso si la fiesta se había terminado, la guerra no había sino comenzado.”
1 Existe un tiempo mesiánico, que es abolición del tiempo-que-pasa, ruptura del continuum de la historia, que estiempo vivido, fin de toda espera. Existe un gesto mesiánico, que está aquí en cuestión. Existen incluso seres que se mueven en lo mesiánico, lo cual significa que a su manera, y casi siempre de modo fugitivo, han “salido del capital”. Lo cual también significa que existen destellos de lo mesiánico entremezclados con la inmunda negrura de lo real, que el Reino no está puramente por venir, sino ya, por fragmentos, presente entre nosotros. Mesiánica es pues la práctica que parte de ahí, de esos destellos, de las formas-de-vida. Antimesiánicas, en cambio, son todas las religiones, todas las fuerzas que estorban y retienen el libre juego de las formas-de-vida. Antimesiánico es, al más alto grado, el cristianismo y sus avatares modernos: socialismo, humanismo, negrismo. Nosotros no nos hemos cruzado jamás, hace falta precisarlo, con “mesianismo” alguno, salvo en la boca putrefacta de nuestros calumniadores.
2 Simmel ofrece en 1910 un análisis magistral de esta plaga de la época actual: la sociabilidad. El artículo aborda la sociabilidad como “forma lúdica de la asociación”, como “estructura sociológica particular, correspondiente a las del arte y el juego, y que extraen sus formas de la realidad, al mismo tiempo que la dejan, sin embargo, detrás de ellos”, dando perfectamente justicia de la utopía hipster de una “sociedad de conversación”. “En la conversación puramente sociable, la palabra es un fin para sí misma, no está al servicio de ningún contenido; no tiene otro objetivo que perpetuar la interacción, evitando los temas delicados, así como gozar de la excitación del juego de relaciones. […] La asociación y el intercambio estimulante mediante los cuales se realizan todo el peso y todas las tareas de la vida, son consumidos aquí en un juego artístico, en la sublimación y la disolución simultáneas de las fuerzas de la realidad que no aparecen más que a distancia, mientras su gravedad se difumina como por encantamiento.”
3 Basta con retomar la definición del comunismo en los Manuscritos de 1844 (“el comunismo es la verdadera solución al antagonismo entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre y el hombre, la verdadera solución del conflicto entre la existencia y la esencia, entre la objetivación y la afirmación de sí, entre la libertad y la necesidad, entre el individuo y la especie”) para convencerse de que el gesto estético no está ausente del programa comunista mismo. Es decir que la fase actual, estética, del capital, donde éste modela conjuntamente a una nueva humanidad —los ciudadanos— y a un nuevo mundo sensible —la metrópoli—, nos impone revisar nuestra concepción misma de comunismo.

Q – No salvar nada. No salvar ningún gobierno, ningún uniforme, ninguna ideología.

 

No salvar nada. No salvar ningún gobierno, ningún uniforme, ninguna ideología.

    No salvar al intelectualismo idiota de la academia, no salvar el pueblo-policía y su “buenismo” saboteador, no salvar las tecnologías fantasmáticas que exigen que nos conectemos a su interfaz a cambio de desconectarnos de todo lo que nos rodea e importa, desde el aire que respiramos hasta las amistades que podríamos hacer más fuertes; no salvar la cultura de la droga ni la fatiga existencial que nos hace dislocarnos en las situaciones concretas en las que nos hallamos, negando de golpe, como narcisos y narcisas, los vínculos y los amores que de una u otra manera hemos construido; no salvar, tampoco, el machismo light y sus paternalismos condescendientes. No salvar nada…

    No salvar un orden doméstico más suave, que de una u otra forma vuelve sobre la familia como modelo de vida común, no salvar el amor romántico a pequeñas dosis, no salvar el sobretrabajo en el que tenemos el dudoso privilegio de un salario o del título de “usuario”, no salvar los no-lugares de paso que se nos ofrecen como el escenario hiperreal de nuestra existencia, no salvar a los automóviles ni a sus ciudades cortocircuitadas, no salvar el consumo de la industria cárnica ni el de los productos capitalistas verdes, no salvar la sensibilidad del felicismo ni el pseudorealismo que dan todo por sentado y mantienen el eslogan de que “las cosas son así”, incluyendo, claro está, a la “salud”, que actualmente se nos presenta como una mera extensión de la vida biológica en la que, por añadidura, nos encontramos con una crisis espiritual sin fin a la cual gestionar de forma separada.

    No salvar nada. No salvar las políticas de la emergencia que ritualizan el golpe de culata del poder constituyente, el retorno al centro de la Ley; no salvar el anarquismo individualista que pretende salirse de los dispositivos de control y vigilancia al reproducir todas las formas de las relaciones de propiedad –la lógica de “mi casa”, “mi negocio”, “mis experiencias”– y resistirse sistemáticamente a tejer complicidad alguna para el escape común; no salvar a las vanguardias ni su culto a la Cabeza, el profeta o al gran líder revolucionario; no salvar los instructivos fascistoides que pretenden tener todas las fórmulas y todas las recetas para la utopía definitiva, y no salvar, mucho menos, el culto a los nervios duros, sin oxígeno, ni a sus imágenes asépticas.

    No salvar, literalmente, nada, pero justamente para estar aquí, para estar más presentes en este lugar, en esta geografía y en sus cartografías más íntimas, más comunes, no en otra parte, no en el sobrevuelo de una deuda metafísica con un mundo simulado, en el que uno, por regla general, sale mistificado como Sujeto. No salvar nada, en suma, para encontrarnos, para hablar verdaderamente, para darnos forma desde el cultivo de nuestros gestos y situarnos en el umbral de los acontecimientos, en la danza que nos hace devenir-juntos en lugar de recluirnos en una serie de máscaras acartonadas.

     Hay que decir que buscar deshacerse del lastre ruinoso de la historia de los vencedores, de todos sus monumentos, jamás se ha tratado de un abandono de las localidades concretas ni tampoco de hacer de jueces, reduciendo todo a un problema moral, como si hacen los activistas y otros miembros de la politiquerilla contemporánea; se trata, simplemente, de no salvaguardar aquello que mantiene esta civilización, de no darle cuerpo a las alucinaciones de los poderes fácticos, ya sea el Estado, la Justicia, la Democracia o el Hombre. En el éxodo no hay, de hecho, una renuncia totalizante, una especie de protocolo del desencuentro; ésa, más bien, es la tarea del Imperio: que no pase nada, ni aquí ni al otro lado del planeta. En el escape del Leviatán, muy por el contrario, hay un entendimiento de que no hay nada que agregar a las cosas, que no es posible darles una substancia tal que les defina de una vez por todas para que podamos acceder a ellas y controlarlas (el sueño capitalista del desnudamiento general). En definitiva, la vida de todas las singularidades es irreductible y no puede alcanzar una forma de completitud que le excluya del mundo, pues todo es mundo y hace mundo, está adentro de un agenciamiento, de una constelación afectiva que atraviesa varias dimensiones de la inmanencia. Nosotros mismos, al fin y al cabo, somos una línea de brujería, una mixtura de animales, vegetales,  microorganismos, etcétera. No somos completudes egóticas y, si hay algo así como un alma, ésta se compone de vidas menores, es un almería, un metempsicoseo que claramente tiene una forma particular de ritmar su presencia, su propio despliegue sensible, en lo absoluto atado a las disposiciones caprichosas de una sola imagen identitaria, de una definición tautológica del tipo A es igual a A.

     Partimos de allí, nos segundeamos para defender otras formas de vida lejos de la policía. Tenemos la fuerza para cuidarnos entre nosotros, para comunizar varios sentires, varios usos, para hallar, una y otra vez, en muchas ocasiones desde el principio, el elemento fuguero –la risa, el guiño, la aventura que da en el clavo– y echar a la Mentira contras las cuerdas. No buscar recuperar nada, devolverlo a su “antigua gloria”, signifique lo que eso signifique se trata, finalmente, de agenciar una lucidez colectiva que nos haga tomar partido en contra de la Muerte reinante, va de cultivar una inteligencia de la situación, una forma de sentir, olfatear, palpar, escuchar, ver lo que está en juego y puede desviarse.

    Por lo demás, no somos inocentes. Sabemos que, de alguna manera, todo está por hacerse: la lengua que habitaremos, la casa en la que no viviremos solos, la educación sentimental en la que amaremos de nuevo, la memoria de los antepasados que nos hará más libres, pero también sabemos que en realidad eso siempre está por hacerse y que, de una u otra manera, nos las arreglaremos; eso es lo que nos convierte en una banda. Partimos de allí, no de las ruinas de los amos. No queremos salvar ninguna de sus naves. Por fuera de todo purismo, queremos lo más sencillo: quemarlo todo…

A los niños perdidos

“El vagabundeo gobierna este abandono. Vagamos. Vagamos entre las ruinas de la civilización. Y precisamente porque esta civilización está en ruinas, enfrentarla no nos será dado. Es una guerra realmente curiosa, aquella en la que estamos comprometidos, y que quiere que mundos y lenguajes sean producidos, que lugares sean abiertos y ofrecidos, que hogares sean establecidos en medio del desastre.”

“A los niños perdidos” es un video realizado por Celeste Vivanco. Basado en el video-ensayo “Y la guerra a penas ha comenzado”.

Este video es distribuido como una carta a las amigas y amigos de un territorio compartido y  experimentado  como una invitación para hacerse visitas.

 

Los Idiotas

Los Idiotas

Queridos Animalitos:

Ésta es una Teología enana y jorobada que nunca se deja ver, una Doble Teoría Secreta, la del Espectáculo y la de la Vida Ausente, que es preciso presentar aquí en términos claros, a fin de no ser malentendida. Aunque la aparición de los Idiotas es anterior al Paleolítico, fueron los antiguos griegos quienes les dieron la Imagen que hoy conocemos. Estos Fisiólogos de la Civilización llamaron ἴδιος, idios, a lo privado, particular, único, personal, a uno mismo. Piénsese en idiocincracia, idioma, idiolecto. A su vez, emplearon la palabra ἰδιώτης, idiótes, para referirse al individuo lego, plebeyo, “privado de habilidad profesional”, “compatriota” o “ciudadano egoísta e indiferente” que no se ocupaba de los asuntos públicos de la polis. La expresión se convirtió pronto en un insulto en un pueblo donde la vida pública, sinónimo de democracia, era de suma importancia para quienes se decían personas libres y que veían deshonroso no participar activamente de ello. Para los latinos, Idiota pasó de significar “persona normal y corriente” a “persona sin educación”, “ignorante”, “sin experiencia”, emparejando la palabra a Imbécil, imbecillis, cuyo prefijo im-, que indica negación, se suma a bacillus, “pequeño bastón”, esto es, quien no tiene bastón, sostén intelectual o físico para apoyarse.

Ambas expresiones llegan hasta nuestros días como sinónimos de tonto, “persona molesta”, que “hace constantemente tonterías”, que “no logra distinguir entre el bien y el mal, incapaces de leer y comprender el alcance de sus actos, produciendo conductas imprevistas o peligrosas”. Connotaciones que la Medicina y Patología no tardaron en usar para referirse a las y los sujetos con alguna supuesta “deficiencia cognitiva”, o mejor dicho, sujetos desprovistos de inteligencia o razón, incapaces de funcionar en sociedad, quedando relegados. Curiosamente en la baja Edad Media, ¡época de Oscurantismo y Tinieblas!, el término Idiota era utilizado para designar a los monjes incapaces de leer las Sagradas Escrituras, incluso de “mal interpretarlas”. Para finales del siglo XV, la palabra Idiotez pudo haber sido el modelo de analogía de las palabras “profeta” y “profecía”. La analogía no debe sorprender. El Idiota como el profeta está siempre presto para meter en cualquier descuido la narizota en el florero como si se asomara a un abismo, desde donde pareciera decirnos tartamudeando y balbuceando: “He aquí, no sé hablar, porque soy niño”, como Jeremías cuando es llamado por el Señor. El Idiota habla una lengua y de una forma que pareciera particular y que resulta incomprensible u oscura hasta para algunos de sus contemporáneos y a veces para él mismo. Una lengua hecha de gestos que aluden a una ciudadanía perdida o a nuestra propia relación con lo perdido.

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De vez en cuando, de improvisto y a veces contra nuestra voluntad, devienen a nuestro paso esas extrañas y familiares figuras que llamamos Idiotas. Se les suele puede encontrar en cualquier momento, expuestos, casi transparentes. En ellos esta disposición es sinónimo de múltiple. Parecen seres venidos de la prehistoria, criaturas inacabadas que “nunca han terminado de crecer”, es decir, escapan al tiempo o se dice que “envejecen mal”, por lo que “su conquista permite al cazador, en consecuencia, escapar él mismo también”. Sin embargo y por ello mismo son escurridizos e inabarcables. Llevan puestas toda clase de ropas, todo lo que a ellos les parece adecuado lo toman y usan y lo ponen en común para su uso. Bien pueden llevar por nombre Ricardo, Camila o Adiós, aparecer de forma intempestiva o sigilosa en forma de divinidad en un tronco, un espíritu del bosque, un nuevo oficinista, un dominguero cualquiera, un búho, una quimera o una cascada que ríe en su caída. Medio vivos, medio muertos, mitad robot, mitad golem. Es extraño en esta época, pero se les puede encontrar de cualquier edad. Su faz puede parecernos monstruosa o hermosa como sólo ella, ya que debajo de esas mejillas escualidas o regordetas podría esconderse la Poesía. Eso es un rompecabezas que cada quien debe resolver. El caso es que actúan de modo torpe, infantil, tramposo, avaro, egoísta, lascivo, obsceno, glotón, tienen manías que dejan entrever las más extrañas, ardientes y refinadas pasiones, hacen las cosas al revés, juegan, se burlan de todo, turistas, antropólogos, vecinos, de ellos mismos o de su Destino.

Quien les mire pierde total capacidad de prestar atención a lo que le ocupaba, teniendo la sensación de que les han estropeado sus planes, despertando toda clase de sentires. Se dice que el Espectador se desconcentra de sí mismo y del mismo Idiota, abriéndose una grieta en lo conocido, dando lugar a lo olvidado. El Espectador tiene inmediatamente la impresión de penetrar en el sanctasantórum y compartir el Secreto. Incluso se ha dicho que la vergüenza de ser o contemplar a un Idiota tiene ya algo secretamente glorioso. Lo cierto es que aparecen de pronto ahí, como si entraran corriendo de espaldas por la puerta trasera, llamados a escena, tropezándose con sus propias ruinas, movidos por alguna clase de pasión o por el resorte mecánico, matemático, repetitivo y constante de la Intuición. Se les reconoce por su agraciada simpleza animal, que hace a sus Amigos sonreír más que exasperar.
Cabe decir que estas criaturas no hacen nada o poco y no concluyen lo que emprenden porque ellos mismos están inacabados. Se les acuña el adjetivo de improductivos porque están ligados al Gesto antes que a la acción o al activismo, más cercanos al trabajo inmaterial del que no hacen campaña. Dejan a su paso un rastro casi fantasmal, producto de su carnicería irracional, lo que hace que cada instante de su vida y de quienes le rodean les salve o les condene. Esta negligencia puede ser un anticipo de la Redención.

Llevan a cabo tonterías, tuercen las cosas, tergiversan las formas y le dan la vuelta a la hoja. Hacen reír no sólo porque digan o hagan cosas graciosas, sino porque incluso cuando hablan de cosas serias, ¡y vaya que los Idiotas siempre hablan serios de cosas serias!, son graciosos, lo que los hace conmovedores. No son tontos en lo absoluto, sino que están “atontados”. Son unos completos amateurs o amatores, porque aman y aman de nuevo. Valoran cualquier situación o encuentro con alguien como si fuera la primera vez con el que se lo tropiezan. Son incapaces de adquirir experiencia, lo que les convierte en completos brutos. Se dicen Políglotas o mejor aún Etólogos. Hablan con los Animales, a quienes llaman Los Justos, por los que sienten gran Afecto. Les imitan, les invitan a sus Banquetes e incluso se dicen capaces de traducir las constantes revelaciones que de ellos mana al lenguaje de los sordomudos. Esta inclinación ocasiona que desaparezcan constantemente sólo para involucrarse en tontadas que les hacen sufrir, “se emparejan” o se meten con otras pandillas, para luego regresar avergonzados a su madriguera. En los peores casos se desesperan fácilmente, gritan, se lamentan, acusan, y los golpes que querrían dirigir al Espectáculo los dirigen a la Vida Ausente y a los suyos. Sin duda ésta es también una prueba para los Amos.

Por ello es preciso que en alguno de los encuentros esta Teoría sea presentada en términos claros a los Idiotas que despierten el interés del Grupo. Es común que sigan el dicho ruso de “Confía pero verifica”, por lo que su entrega sea voluntaria para que su reclutamiento sea inmediato, esto evita la brutalidad de los mal entendidos y falsos caminos. Deben mostrarse complacientes y entregarse a los Amos. Se les puede permitir mil incertidumbres o dudas, pero nunca espionajes, mentiras interesadas o parodias de virtud. De hecho, podríamos decir que son fácilmente prisioneros de una multiplicidad de Imágenes y telarañas literarias de las que conviene ser arrancado.

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Mientras que un Idiota reconoce y ama a otro Idiota, los Aguafiestas son el caso contrario, abogan por la extinción de nuestros Animales y la vuelta de los Ancianos. Aprovechan las dudas y ofensas al Amor Propio para buscar ahogarles con parodias de virtud, mentiras, bajezas y morbosidades de todo tipo. También conocidos como Nihilistas, Sacerdotes del Espectáculo, Filósofos, Nanas o Nuevos Fisiólogos de la Civilización, esta horda de impotentes conoce del Horóscopo y la Técnica sólo el Método de lo Vago. Y es que estos supuestos sabios tienen el hábito de creer imposible todo lo que no han visto. Por eso son llamados también Especuladores. Actúan como si fueran levadura, bromenado al principio, con sarcasmos, prejuicios e ironías, como si hicieran hipótesis, pero luego acaban con todo juego serio. Todo el rumbo de la Historia ha sido efectuado en este sentido, ya que ellos han estado “al mando”, no atendiendo a ninguna necesidad interna, sino solamente a  presiones, contingencias o “crisis”, que bien podrían haber sido diferentes y que se hubieran ejecutado de otro modo. Han empleado tantos siglos para perfeccionar sus teorías, engendrando para su inauguración tantas calamidades como beneficios habrían prometido. De hecho, los más modestos habrían llegado a la Teoría de los Idiotas si tan sólo hubieran poseído la cualidad requerida: la ausencia de prejuicios. Disposición de la que carecen los Filósofos, defensores y predicadores de los prejuicios. Si hacen herramientas, y vaya que sólo hacen herramientas porque son expertos en problemas, es porque caminan en círculos y sus nociones y principios sólo se aplican a la materia. Los Idiotas o Etólogos, en cambio, conocen el Método de lo Infinitamente Pequeño, el estudio de los Caprichos, Gestos, Huidas, Manías, Atracciones e Intuiciones, que sirven de faro para inmensos descubrimientos, en calidad del Horóscopo Material y Pasional. Esto les permite coincidir con la duración, desplazarse desde lo local al terreno de la metafísica tan sólo haciendo bizcos. Esto les permite obtener, de ahí que también sean llamados Obtenedores, no el fruto de la experiencia, sino la experiencia misma. Y si es posible arrebatarle alegrías a la suerte, al Limbo que reina en las cosas y que no les estaban destinadas a ellos.

Los Idiotas o Etólogos llaman a esto Método de la Auto Explicitación del Espíritu. Parten de la premisa de que todo, incluso dioses y diosas, vivos y muertos, minerales y vegetales, virus y cajas de cartón, todo está hecho de átomos y que si pinchas el universo con un alfiler éstos pueden caer formando nuevos cotos de caza, extendiendo los límites del Juego. Para ello, huyen a los Desiertos con armas metafísicas, mostrando una valentía absurda pero admirable en la batalla. Basta dejar los nervios bien abiertos, aseguran, para poner en infrarrojo incluso a los piojos, ya que cualquier momento es inédito, propicio para arrancarle una Ética a la Salvación.

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No es que esta Teoría cambie en nada las pasiones; ello no sería posible ni a Dios ni a la naturaleza, pero puede atender la dirección de las pasiones, sin cambiar en nada su naturaleza.

Podríamos decir, incluso, que este Tablero donde se juegan las vidas tiene marcadas todas sus casillas. Nadie se cae del Tablero. Se ha dicho que el Mahdi, el Mesías que viene al final de los tiempos, toma sus decisiones sólo después de haber consultado a los Idiotas, dado que son los verdaderos conocedores de aquello que existe en la realidad divina, pues en el mundo profano en el que viven contienen ellos mismos características de ese Tiempo. “Quien nos guiará hacia la salvación será el compañero o compañera que se ha perdido por el camino”, sentencia golpeando el pupitre. Se dice entonces que el Juego avanza al ritmo de los últimos, inconclusos, incompletos, inútiles, ilegibles, inclasificables, singulares, tótems y talismanes.
Los Amos y las Viejas Damas, que conocen la Doble Teoría, la del Espectáculo y la de la Vida Ausente, por su parte recomiendan a los espectadores de primera clase que tienen acceso a las habitaciones del Rey, es decir el corazón fantasmal, mantenerles cerca, ya que en ellos podría estar escrito el nombre de Dios. Al respecto Mahoma aseguraba también que “existen 99 nombres que pertenecen sólo a Dios, y aquel que los aprende, los comprende y los enumera, entra en el paraíso y alcanza la salvación”. Y es que tal vez, y sólo tal vez, los Idiotas como los Amigos podrían ser los únicos capaces de hacernos escapar del verdadero ridículo.

Atentamente:

Los Traiductores

Nota: Los idiotas es un texto publicado en diversos blogs sin mención de autor. Atribuido comunmente a Lucas René o Tomás Cisneros.

MONÓLOGO DEL VIRUS

Publicado  en Lundimatin

Queridos humanos, callen todas sus ridículas exhortaciones a la guerra. Aparten todos los deseos de venganza que dirigen contra mí. Extingue el halo de terror con el cual rodeas mi nombre. Nosotros, los virus, desde el fondo bacteriano del mundo, somos el verdadero continuum de la vida sobre la tierra. Sin nosotros, nadie habría visto jamás la luz del día, tampoco la primera célula.
Somos sus ancestros, del mismo modo que lo son piedras y algas, más aún que los propios simios. Estamos en todas partes donde ustedes se encuentran, también allí donde ni siquiera llegan. Y peor si no perciben en el universo más que aquello que está hecho a su imagen y semejanza. Pero, sobre todo, dejen de decir que soy yo quien los mata. No están muriendo por mi acción sobre su esfera, sino por la ausencia de cuidado de sus semejantes. Si no hubieran sido tan rapaces entre ustedes como lo han sido con todo lo que vive sobre este planeta, tendrían suficientes camas, enfermeras y respiradores para sobrevivir a los estragos que yo provoco en sus pulmones. Si no almacenaran a sus ancianos en los morideros y a su gente sana en madrigueras de hormigón armado, no estarían así. Si no hubieran cambiado toda la extensión, antes exuberante, caótica e infinitamente poblada del mundo —o más bien, de los mundos—, en un vasto desierto de monocultivo de lo Mismo; yo no habría podido lanzarme a la conquista planetaria de sus gargantas. Si no se hubieran vuelto casi todos, de un extremo al otro del último siglo, redundantes copias de una sola e insostenible forma de vida, no se tendrían que estar preparando para morir como moscas abandonadas en el agua de su propia civilización edulcorada. Si no hubieran transformado sus espacios tan vacíos, tan transparentes, tan abstractos, crean con seguridad que yo no me desplazaría ahora con la velocidad de una aeronave. Yo no vengo sino a ejecutar la sentencia que han firmado desde hace tiempo contra ustedes mismos. Perdónenme, pero son ustedes, que yo sepa, quienes han inventado el término «Antropoceno». ustedes se han adjudicado todo el honor del desastre y ahora que éste se desata es demasiado tarde para renunciar a ello.
Las más honestas de entre ustedes lo saben bien: yo no tengo otro cómplice que su organización social, su estúpida fijación con «la gran escala» y la economía, su fanatismo por el sistema. Solamente los sistemas son «vulnerables». El resto vive y muere. No hay algo así como «vulnerabilidad» más que para aquello que ya apunta al control, a su extensión y a su perfeccionamiento. Mirarme bien: no soy más que el reverso de la Muerte imperante.
Dejar entonces de insultarme, de acusarme, de perseguirme; de paralizarse ante mí. Todo eso es infantil. Les propongo un cambio de perspectiva: hay una inteligencia inmanente a la vida. No hay ninguna necesidad de ser un sujeto para disponer de una memoria o de una estrategia. Ninguna necesidad de ser soberano para decidir. Bacterias y virus también pueden ocasionar la lluvia y traer el buen tiempo. Encuentren en mí a su salvador más que a su sepulturero. Son libres de no creerme, pero he venido a detener la máquina cuyo freno de emergencia son incapaces de encontrar. He venido a suspender el dispositivo que los mantiene como rehenes. He venido a manifestar la aberración de la «normalidad». «Delegar nuestra alimentación, nuestra protección, nuestra capacidad de cuidar nuestro entorno social a los otros era una locura…». «No hay límite de presupuesto, la salud no tiene precio»: ¡Vean cómo hago trabar la lengua y el espíritu de sus gobernantes! ¡Vean cómo les hago mostrarse en su real condición de miserables y arrogantes mercachifles con todo esto! ¡Vean cómo se delatan de improviso superfluos, o mejor, nocivos! Ustedes no son para ellos más que los soportes de la reproducción de su sistema, incluso menos que esclavos. Hasta al plancton se le trata mejor.
Basta bien, sin embargo, de abrumarlos con reproches, de incriminar sus insuficiencias. Acusarlos de negligencia es todavía poner en ellos más de lo que merecen. Pregúntense más bien cómo han podido encontrar tan confortable dejarse gobernar. Ensalzar los méritos de la opción china contra la opción británica, la solución imperial-legista contra el método darwinista-liberal, es no haber comprendido nada tanto de la una como de la otra, del común horror de ambas. Desde Quesnay, los «liberales» siempre han envidiado al imperio chino y así continúan. Los dos modelos son hermanos siameses. Que uno se confine en nombre de su interés y el otro en el de «la sociedad» viene siempre a aplastar la única conducta no nihilista: ocuparse del cuidado de sí, de aquellos a quienes se ama y de lo que amamos en aquellos que no conocemos. No dejen que quienes les han llevado al abismo pretendan sacarlos de él: ellos no harán sino preparar un infierno más perfeccionado, una tumba más profunda todavía. El día en que puedan, sin dudarlo, harán patrullar al ejército por el Más Allá.
Estén agradecidos conmigo. Sin mí, ¿cuánto tiempo todavía habrían tenido que pasar como necesarias todas esas cosas incuestionables que, de repente, se han suspendido por decreto? La globalización, la competencia, el tráfico aéreo, los límites presupuestarios, las elecciones, el espectáculo de las competiciones deportivas, Disneyland, los gimnasios, la mayor parte de los comercios, el Parlamento, la reclusión escolar, las reuniones masivas, los empleos burocráticos, toda esa sociabilidad ebria que no es más que el reverso de la soledad angustiosa de las mónadas metropolitanas: Todo era innecesario una vez que se ha puesto de manifiesto el estado de necesidad. Agradecerme las dosis de verdad que probarán durante las semanas que vienen: empezarán por fin a habitar su propia vida, sin las mil escapatorias que, bien que mal, les hacen soportar lo insoportable. Sin haberse dado cuenta, nunca se habían mudado a su propia existencia. Vivían entre las cajas de cartón y no se daban ni cuenta. Desde ahora tendrán que vivir con sus amigos más cercanos. Van a vivir juntas. Van a dejar de estar como de paso hacia la muerte. Aborrecerán quizás a su marido. Vomitarán quizás sobre sus hijos. Quizás querrán hacer volar el decorado de su vida cotidiana. A decir verdad, no estarán ya más en el mundo, en las metrópolis de la separación. su mundo no era habitable en ninguno de sus puntos más que a condición de una huida eterna. Tenían que aturdirse con frecuentes desplazamientos y distracciones ya que el horror había ganado en presencia. Y lo fantasmático reinaba entre los seres. Todo se había optimizado tanto que nada tenía ya ningún sentido. ¡Estar agradecidos conmigo por todo esto y sean bienvenidos de nuevo sobre la tierra!
Gracias a mí, durante un tiempo indefinido, no trabajarán más, sus hijos no irán a la escuela y, no obstante, esto será todo lo contrario a unas vacaciones. Las vacaciones son ese tiempo que es preciso llenar a toda costa esperando el retorno previsto del trabajo. Pero allá, en lo que se abre ante ustedes, gracias a mí, no hay más tiempos delimitados: se trata de una inmensa apertura. Yo los vuelvo inoperosos. Nada los obliga a que el no-mundo de antes vuelva. Todo este disparate rentable puede quizás desaparecer. A fuerza de no cobrar, ¿qué más natural que no pagar el alquiler? ¿Por qué ha de seguir pagando las facturas al banco quien ya, de todos modos, no puede trabajar?
¿No es un poco suicida, en fin, vivir allí donde ni siquiera puede cultivarse un huerto? Quien no tenga dinero no dejará de comer, y quien esté armado tendrá pan. Agradézcanmelo: yo los sitúo al borde de la bifurcación que estructura tácitamente su existencia: la economía o la vida. Es su turno, y la apuesta es histórica. O los gobernantes imponen su estado de excepción, o ustedes inventan el suyo. O bien se apegan a las verdades que ahora emergen, o bien esconderán la cabeza bajo tierra. O emplearán el tiempo que yo les doy ahora para descubrir el mundo que viene a partir de las lecciones del colapso en curso, o éste terminará por radicalizarse más si cabe. El desastre cesa cuando cesa la economía. La economía es la devastación. Esto era una simple tesis el mes anterior. Ahora es un hecho. Nadie puede ignorar que serán precisas policía, vigilancia, propaganda, logística y teletrabajo para reprimirlo.
De cara a mí, no cedas ni al pánico ni a la denegación. No caigas en la histeria biopolítica. Las semanas que vienen van a ser terribles, agobiantes y crueles. Las puertas de la Muerte estarán abiertas de par en par. Yo soy la más catastrófica producción de la devastación productiva que es la economía. Vengo a aniquilar a los nihilistas. La injusticia de este mundo jamás será tan escandalosa. Es una civilización, y no a ustedes, a quien vengo a enterrar. Aquellos que quieran vivir deberán proveerse de nuevos hábitos que les sean propios. Evitarme ha de ser la ocasión de esta reinvención, de este nuevo arte de las distancias. El arte de saludarse, en el cual algunos miopes han querido ver la esencia misma de la institución, pronto no obedecerá más a ninguna etiqueta. Dará sentido a los seres. No hagan esto «por los otros», por «la población» o por «la sociedad», háganlo por los suyos. Cuidar de sus amigos y de sus amores. Repensar con ellos, soberanamente, una forma de vida justa. Formar grupos en torno a una buena manera de vivir; escúchense mutuamente, y yo no podré nada contra ustedes. Esto es un llamamiento a la atención, no al retorno masivo de la disciplina. No es una condena de toda la despreocupación, pero sí de toda negligencia. ¿Qué más puedo recordarles para insistir en que la salud está en cada gesto? Que todo, sobre todo la ligereza, se encuentra en lo más ínfimo.
He tenido que rendirme a la evidencia: la humanidad solo se hace las preguntas que ya no puede no hacerse.